por Ismael Medina
Tomado de Altar Mayor
a actual depresión económica mundial, una más de las que periódicamente se registran, repercute en el orbe igual que si se tratara de un tremendo maremoto cuyas ondas de expansión afectan con superior gravedad a los países que no previnieron, obviaron las consecuencias sobre las que alertaban sus primeros oleajes o no dispusieron las necesarias defensas, por frágiles que fueran. Pero no es el caso de entrar en el debate economicista que en cada caso se registró y ha derivado en un círculo vicioso de sustitución y resurrección de los grandes budas de la teoría económica. La actual reverdece la disputa artificiosa entre si más o menos Estado. Cabría preguntarse, sin embargo, si la apelación al proteccionismo estatal no se reduce a que unos Estados-ficción usen de los fondos públicos para salvar del incendio a ese poder superior del capitalismo especulativo y entrópico que está por encima de los Estados-Nación en progresivo declive.
El concepto tópico del Estado-Nación, nacido de las revoluciones norteamericana y francesa de finales del siglo XIX, se ve asediado desde dos flancos: las entidades supranacionales y el sarpullido interno de nacionalismos dispersivos. ¿Fenómenos inevitables de un final de ciclo histórico? ¿Procesos calculados para favorecer el establecimiento de un único poder mundial por encima de los Estados, degradado a la condición de imperativa servidumbre?
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