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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

19 de junio de 2009

Testimonial es lo nuestro



por el Dr. Antonio Caponetto


Tomado del blog de Cabildo





onvertidos en el acontecimiento político del año, los comicios del 28 de junio, con sus innúmeras interpretaciones anteriores y posteriores, ocupan el centro de la atención de casi todos los mortales de esta ínsula. A nosotros nos llevará apenas un párrafo, y ya lo adivinan los lectores afines o antagónicos.

Un párrafo para decir lo que toda persona sensata conoce, intuye y padece, sin necesidad de frondosas argumentaciones. A saber: que gobierna el país un tropel de delincuentes; que quienes dicen oponérsele pertenecen a otras tantas manadas de idéntica especie aunque de pelajes distintos, y que nada bueno puede brotar de un sistema edificado en la contranatura institucional, legal y moral.

Hay elecciones porque, como escribía Bernard Shaw, los políticos y los pañales necesitan cambiarse a menudo por la misma causa. Tal la materiam signatam que constituye, como todos, el nuevo sufragio universal que se ha adueñado del escenario colectivo. Las plagas egipcias —y bien quisiéramos que no fuera retórica bíblica— se han abatido sobre la patria, mientras quienes se postulan de taumaturgos son esos “tipos trashumantes”, como los llama José María de Pereda, que se comunican con el poder político mediante el Ministerio de Hacienda; esto es, mediante el lucro infame y rabioso. Cese aquí la parrafada de rigor y a otra cosa.

Y esa otra cosa es lo que nosotros podemos y debemos hacer.

Por lo pronto, hacer de nuestras vidas, vidas coherentes. Testimoniales, para seguir usando una palabra que no estamos dispuestos a dejarnos robar. La vida coherente del católico preocupado y dedicado a la política, es aquella que no muda ni permuta ni adultera los grandes e irrevocables principios; antes bien, tanto más los propala como las únicas soluciones posibles cuanto más los pragmáticos se empeñan en considerarlos expresiones de un abstraccionismo obstaculizante. No es “no hacer nada” indicar perseverantemente lo que debemos y lo que no debemos obrar.

Regístrese entre los mentados derechos, el derecho a la congruencia, y sépase que esta fidelidad heroica en lo poco es condición para alcanzar la anhelada fidelidad en lo mucho.

Lo segundo es entender que no nos está permitido el abstencionismo ni el indiferentismo político; mucho menos cuando la tierra natal yace cautiva y engangrenada. Pero hay una distancia insalvable entre participar sujetándose dócilmente a las reglas del Régimen —viciadas con las corrupciones inherentes al mismo— y participar con sentido misional y apostólico, sin necesidad de pasar por la política juego, aportando el consejo, la información, la reflexión y —sobre todo— la ejecución de bienes concretos al servicio de las instituciones de orden natural.

Para optar por este segundo camino, urge que volvamos a las distinciones elementales legadas por la tradición e insensatamente olvidadas. Distinguir, por ejemplo, entre estructuras sociales y estructuras estatales. Si estas últimas son creadas por el poder y desde el poder, las primeras brotan de las relaciones amicales, parentales e institucionales que el hombre entabla en su carácter de ser social por naturaleza. Es el ámbito propicio de las llamadas libertades concretas, y es incluso el ámbito propicio que soñó Gramsci para subvertirlo todo; señal, por lo mismo, de su potencial riqueza para restaurarlo todo.

O la política es servicio al invocado bien común, o es mera conquista del poder estatal. O es oblación patriótica sin buscar recompensas, o es competencia partidocrática, sumisa a las pautas del liberalismo. Hay que dejar de confundir la polis con el kratos, creyendo que únicamente la posesión de este último garantiza y verifica la obligación de ocuparse de la res publica. Y percibir que más valioso que el poder es la autoridad. Fundada en la preeminencia inclaudicable de los valores espirituales y morales, puede darse y se ha dado la paradoja de que las grandes autoridades carezcan completamente de poder, y hasta sean sus víctimas fatales. Mientras los poderosos sin límites carecen completamente de autoridad, y acaban sucumbiendo. Porque si para algo no sirven las tiranías es para apoyarse en su propio sustento.

Todo seguirá su curso de ignominia, antes y después del último domingo de junio. Excepto la voluntad decidida y acerada de los patriotas cabales para seguir testimoniando la verdad entera. Con un testimonio que no rozan las boletas electorales, ni los fraudes del escrutinio, ni la decisión despótica e ignorante de la mitad más uno. Pero que ha de ser el sonido de júbilo y de mando, para que se congreguen en medio de la noche y del desierto, como en la célebre retreta, las voluntades perdidas de todos los combatientes.


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