por D. Ricardo de la Cierva
Airado e irracional rechazo provoca en sectores decisivos del mundo cultural y el mundo político cualquier exposición sobre la guerra civil española, la época de Franco y en general, la historia de España y la historia de las ideas y las formas políticas que no se ajuste a los cánones de lo políticamente correcto. Una poderosa fuerza secreta -como se llamaba en los años treinta a la Masonería, identificada hoy en gran parte de la Internacional Socialista- intenta con todos sus recursos imponer en el conjunto mundial de los medios de comunicación, con inclusión de las editoriales de prensa y libros, una versión de pensamiento único que veta implacablemente cualquier línea de opinión discrepante. Por ejemplo, la dictadura del general Augusto Pinochet es vituperable absolutamente, la dictadura del marxista-leninista Fidel Castro es tolerable y esperanzadora. No importa que, de hecho, Pinochet acabase a mano airada con el régimen cuasitotalitario de Salvador Allende cuando estaba a punto de sumir a Chile en la ruina total; Allende era el buen demócrata derrocado por Pinochet, el torvo dictador fascista; y el eterno gobierno de Castro ha eliminado en Cuba no sólo el sistema de libre mercado, sino los derechos humanos y las libertades fundamentales. El general Francisco Franco se alzó en 1936 contra la degradación caótica del Frente Popular y venció en la guerra civil a una creciente amenaza comunista que tenía aherrojada a la República; pero lo políticamente correcto es afirmar que la República, espejo de democracias, fue asesinada por el Alzamiento de 1936 que triunfó por la cooperación entusiasta de la Alemania nazi y la Italia fascista. Por eso la guerra civil española fue el prólogo homogéneo de la Segunda Guerra Mundial, que perdieron los aliados de Franco en la guerra civil..., y también Franco, a quien se quiere presentar como compinche de los totalitarios. Todo ello es un amasijo de falsedades demostrables: en el bando vencedor de la Segunda Guerra Mundial la mayor tajada se la llevó el ejemplar demócrata José Stalin, que es realmente el mayor criminal de la Historia; y el general Franco, al frente de la España anticomunista y moderada, no dependía políticamente de aquella Italia y aquella Alemania, mientras la zona roja cayó, desde el principio, en una dictadura anárquica mucho más nefasta que el gobierno de la España nacional. La aberración del pensamiento único llega al extremo de considerar como héroes de la libertad a las Brigadas Internacionales que no fueron más que «una fuerza soviética en España» en frase del historiador norteamericano David T. Cattell, y contaban con tal porcentaje de asesinos y facinerosos en sus filas que su propio jefe, el comunista francés André Marty, confesó ante el Partido Comunista de Francia que había tenido que fusilar a quinientos de ellos a las primeras de cambio para imponer una elemental disciplina.
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