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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

3 de diciembre de 2008

Herejes (18)




por Gilbert K. Chesterton





Capítulo XVIII.



La falacia de la joven nación







ecir de un hombre que es idealista es decir sólo que es un hombre. Aun así, sería posible realizar alguna distinción válida entre una y otra clase de idealistas. Una distinción posible, por ejemplo, podría realizarse si se afirmara que la humanidad se divide entre idealistas conscientes e idealistas inconscientes. De manera similar, la humanidad se divide en ritualistas conscientes e inconscientes. Lo curioso, tanto en ese ejemplo como en otros, es que es el ritualismo consciente el que resulta comparativamente simple, mientras que el ritualismo inconsciente es pesado y complicado. El ritual que comparativamente aparece como burdo y directo es el que la gente llama «ritualístico». Consiste en cosas sencillas, como pueden ser el pan, el vino y el fuego, y en hombres postrándose en el suelo. Pero el ritual que resulta en realidad más complejo, así como muy colorido, elaborado e innecesariamente formal es el ritual en el que la gente participa sin saberlo. No consiste en cosas sencillas, como son el pan, el vino o el fuego, sino en otras ciertamente peculiares, locales, excepcionales e ingeniosas, cosas como felpudos, picaportes, timbres eléctricos, sombreros de seda, corbatas blancas, cartas brillantes y confeti. La verdad es que el hombre moderno apenas regresa a las cosas muy viejas y muy simples, excepto cuando ejecuta alguna pantomima religiosa. El hombre moderno sólo se aparta del ritual cuando entra en una iglesia ritualista. En el caso de esas antiguas y místicas formalidades podemos decir, al menos, que el ritual no es sólo ritual; que los símbolos que se emplean son, en la mayoría de casos, símbolos que pertenecen a la poesía primaria de la humanidad. El más feroz oponente de los ceremoniales cristianos admitirá que si el catolicismo no hubiera instituido el rito del pan y el vino, probablemente lo habrían hecho otros. Cualquiera con cierto instinto poético admitirá que, para el instinto humano corriente, el pan simboliza algo que no puede simbolizarse fácilmente de ningún otro modo; que el vino, para el instinto humano corriente, simboliza algo que no puede simbolizarse fácilmente de ningún otro modo. Las corbatas blancas por la noche también son rituales, pero nada más que rituales. Nadie pretenderá que las corbatas blancas por la noche constituyen algo primigenio y poético. Nadie puede sostener que el instinto humano corriente puede tender a simbolizar, en cualquier época y en cualquier país, la idea de la noche mediante una corbata blanca. Más bien me supongo que el instinto humano corriente tendería a simbolizar la noche mediante corbatas que incorporaran alguno de los colores del anochecer, y no el blanco, tonos como el granate o el morado, corbatas de color cárdeno u oliva, o de reflejos dorados, oscuros. J. A. Kensit, por ejemplo, tiene la impresión de no ser ritualista.

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