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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

4 de diciembre de 2008

4 de Diciembre, Conmemoración de Santa Bárbara, Vírgen y Mártir






mperando en Oriente Maximino, hubo en la ciudad de Nicomedia un caballero noble y poderoso, llamado Dióscoro, hombre feroz y muy dado al culto de sus falsos dioses. Tenía una sola hija llamada Bárbara, doncella de extremada belleza y de costumbres muy contrarias a las de su padre; el cual para apartarla de los ojos de los hombres que la codiciaban, y porque sospechó que estaba en comunicación con los cristianos la encerró en la torre de una granja, donde había mucha comodidad...
Holgóse la santa doncella con este encerramiento, porque era amiga de soledad y quietud; y fue tanto lo que Dios obró en su alma en aquel retiro, que dando de mano a todos los gustos de la carne, determinó Bárbara consagrarle su pureza.
Andando el tiempo, quísola su padre casar; mas ella se resistió, diciendo que ya tenía esposo y Esposo inmortal. No se puede creer el furor que cobró Dióscoro entendiendo que su hija Bárbara era cristiana. Por no perder la gracia del emperador, hízola prender y conducir al tribunal de Marciano, que era allí presidente, el cual con blandas palabras quiso derribarla; y trocando la blandura y suavidad fingida en crueldad verdadera, mandóla desnudar y azotar con nervios de bueyes, y luego con un cilicio fregar las heridas; con lo cual quedó su cuerpo manando por todas partes arroyos de sangre. Echada de nuevo en la cárcel, le apareció su esposo, Jesucristo y la sanó y le dio fuerzas para los restantes combates.
Otro día, llevada a la segunda audiencia, viéndola el presidente del todo sana, quedó pasmado y de nuevo con halagos procuró inducirla a que adorase los ídolos; mas como respondiese ella con el valor que a esposa de Cristo convenía, mandó a los verdugos que descarnasen sus costados con peines de hierro, y luego la abrasasen con hachas encendidas, y con un martillo golpeasen su cabeza. Estaba en estos tormentos la valerosa virgen, puestos en el cielo sus ojos y el corazón, hablando, dulcemente con su divino Esposo, pidiéndole favor y prometiendo le fidelidad. Adelantando la crueldad del tirano, hízole cortar los pechos y mandó que la sacasen a la vergüenza por las calles públicas de la ciudad, y que la fuesen azotando para mayor vergüenza y escarnio; pero el Señor, la amparó y cubrió su cuerpo con una claridad maravillosa, con que no pudo ser vista de los ojos profanos.
Volviéronla al tribunal, y el presidente la mandó al fin degollar. A todo este espectáculo había estado presente el bárbaro padre. ¡Quién lo creyera! y él fue quien con permiso del juez le dio muerte por su mano. Vengó Dios tanta crueldad, porque al poco tiempo, volviendo el padre del monte a su casa, un rayo del cielo súbitamente le mató, y le privó de la vida temporal y eterna, y lo mismo le aconteció al presidente Marciano.
El cuerpo de santa Bárbara lo recogió un varón religioso y pío, llamado Valenciano, y entre, cánticos y salmos lo colocó honoríficamente En un lugar llamado Gelasio, donde el Señor por su intercesión obró grandes milagros.

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