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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

2 de diciembre de 2008

El Papa San Pío X: Memorias (14)


por S.E.R. Cardenal Rafael Merry del Val


Capítulo XIII


SU HUMILDAD






bi humilitas ibi maiestas (Donde hay humildad, allí reina la majestad.) (SAN AGUSTÍN, Sermón 14) La verdad de este axioma de San Agustín, creo que en pocas personas se ha dado de modo tan perfecto como en Pío X Verdadera, profunda, natural, tales eran las cual dades principales que caracterizaban la hum Idad del Santo Padre. Me llamaba especialmente la atención que esta cualidad se había convertido en una faceta tan característica de su temperamento, que venía a ser en él como una segunda naturaleza.

No había en su humildad nada de esta actitud superficial, tímida y falsa que sólo es indicio de debilidad y que, algunas veces, puede ser simplemente una forma de autosugestión, de un oculto anhelo de estimación o de un miedo sutil a afrontar la crítica. Amaba demasiado a verdad y era harto sincero en todas sus cosas para afectar una aparienc a exterior de virtud que no sentía.

Ningún esfuerzo le costaba el ser humilde, porque tenía una baja idea de sí mismo. La arraigada convicción de que todos nuestros dones vienen de Dios, le hacía mucho más fácil admirar las dotes que descubría en otras personas que reconocer las que él mismo poseía.

La adulación y la lisonja, tanto en público como en privado, le repugnaban sobremanera, y si alguna persona osaba dirigírsele en esta forma, procuraba, con una respuesta seca o con una réplica humorística, disimular su descontento.

Pero confieso que no me explico cómo nadie se atrevía a adularle, ya que incluso el proferir una palabra de sincera y espontánea admiración, parecía fuera de lugar en su presencia y se apagaba en los labios antes de ser pronunciada; tal era el respeto que inspiraba la sinceridad y dignidad de su carácter. "Como en la hornaza se prueba la plata y en el crisol el oro, así se prueba el hombre por la boca del que le alaba." (Prov. XXVII, 21.)


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