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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

5 de diciembre de 2008

La Sábana Santa, imagen de Cristo muerto (7)



por el R. P. Raimondo Sorgia, OP


7. La prueba que convenció a Juan



aría de Magdala acaba de llegar a casa de los amigos y, con la respiración entrecortada por la emoción, les cuenta que la tumba donde la otra noche depositaron el cadáver del Maestro ya no está cerrada por la pesada rueda de piedra: «¡Se han llevado el Señor! Y ¡quién sabe dónde lo habrán escondido!»

Superado el primer instante de sorpresa, obedeciendo a su naturaleza impulsiva, Pedro se levanta y se pone en camino. A su lado va Juan.

El más joven de los dos será también el más rápido y el primero en asomarse a la entrada de la tumba excavada en la ladera de la colina. No hay ni rastro de Jesús. No entra, pero su mirada se dirige enseguida hacia la losa sobre la que, con sus amigos, depositaron a su Maestro. «Sus ropas –escribe más tarde– estaban allí, en el suelo».

Ha llegado Pedro, que entra rápidamente; efectivamente, las vendas están por un lado; la Sábana plegada sobre sí misma, junto al paño que ha servido como sudario...

Juan está observando cada detalle. Reflexiona. Tiene un nudo en la garganta y, mientras se acerca a Pedro, comprende de repente que Jesús tiene que haber resucitado verdaderamente.

¿Por qué? –nos preguntamos–. Puede que esté aquí, en estas pocas líneas del Evangelio, absolutamente simples en apariencia, el motivo de aquella repentina conversión del más joven de los Apóstoles a la fe absoluta en la resurrección de Jesús.

[El autor propone seguir una interpretación de Jn 20,5-9, analizando el sentido de algunas palabras, como keimena y entetuligmenon, en el texto original griego, con lo que adquieren un significado más convincente las palabras del evangelista, que vio cómo estaban las cosas y creyó]

Mentalmente él debió revivir la escena final de aquel trágico viernes: «aquí encima depositamos el cuerpo del Señor, después de haberlo recubierto con esta sábana, asegurada con estas vendas; el rostro se lo cubrimos con este paño, anudándolo detrás de la cabeza; así es como lo dejamos». Juan está seguro. Pedro no estaba el otro día, pero él sí. Puede dar testimonio mejor que nadie.

Ahora sobre la superficie de la tumba están la Sábana, las vendas que la envolvían y el sudario. Todo en regla, salvo que el cuerpo ya no está. «Pero la Sábana está como doblada sobre sí misma y suelta; y lo mismo las vendas; y el sudario que habíamos atado en la cabeza del maestro está exactamente en la misma posición que la otra noche. Nadie lo ha soltado... Todo el envoltorio conserva incluso por algunos sitios como la forma del cuerpo. ¿Cómo ha podido salir el Maestro, sino espiritualizando su propio cuerpo y luego resucitando verdaderamente, como nos había dicho, aunque nosotros no lo hubiésemos entendido?»

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