por el R. P. Raimondo Sorgia, OP
7. La prueba que convenció a Juan
aría de Magdala acaba de llegar a casa de los amigos y, con la respiración entrecortada por la emoción, les cuenta que la tumba donde la otra noche depositaron el cadáver del Maestro ya no está cerrada por la pesada rueda de piedra: «¡Se han llevado el Señor! Y ¡quién sabe dónde lo habrán escondido!»
Superado el primer instante de sorpresa, obedeciendo a su naturaleza impulsiva, Pedro se levanta y se pone en camino. A su lado va Juan.
El más joven de los dos será también el más rápido y el primero en asomarse a la entrada de la tumba excavada en la ladera de la colina. No hay ni rastro de Jesús. No entra, pero su mirada se dirige enseguida hacia la losa sobre la que, con sus amigos, depositaron a su Maestro. «Sus ropas –escribe más tarde– estaban allí, en el suelo».
Ha llegado Pedro, que entra rápidamente; efectivamente, las vendas están por un lado; la Sábana plegada sobre sí misma, junto al paño que ha servido como sudario...
Juan está observando cada detalle. Reflexiona. Tiene un nudo en la garganta y, mientras se acerca a Pedro, comprende de repente que Jesús tiene que haber resucitado verdaderamente.
¿Por qué? –nos preguntamos–. Puede que esté aquí, en estas pocas líneas del Evangelio, absolutamente simples en apariencia, el motivo de aquella repentina conversión del más joven de los Apóstoles a la fe absoluta en la resurrección de Jesús.
[El autor propone seguir una interpretación de Jn 20,5-9, analizando el sentido de algunas palabras, como keimena y entetuligmenon, en el texto original griego, con lo que adquieren un significado más convincente las palabras del evangelista, que vio cómo estaban las cosas y creyó]
Mentalmente él debió revivir la escena final de aquel trágico viernes: «aquí encima depositamos el cuerpo del Señor, después de haberlo recubierto con esta sábana, asegurada con estas vendas; el rostro se lo cubrimos con este paño, anudándolo detrás de la cabeza; así es como lo dejamos». Juan está seguro. Pedro no estaba el otro día, pero él sí. Puede dar testimonio mejor que nadie.
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