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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

22 de enero de 2009






del Santoral del P. Juan Croisset, S.J.





San Vicente de Zaragoza, Diácono y Mártir








ue San Vicente uno de los más ilustres mártires de la Iglesia en España, en quien se hizo más visible cuánto puede la gracia de Je­sucristo. Nació en Huesca, según la opinión general, de una de las más distinguidas casas del país. Su padre Eutiquio era natural de Zaragoza, y su madre Enola había nacido en Huesca, en donde re­sidían habitualmente. Desde niño le entregaron sus padres á la di­rección de Valerio, obispo de Zaragoza, que le educó en toda pie­dad, haciéndole instruir así en los misterios como en los deberes de la religión, sin olvidar el estudio de las letras humanas. En poco tiempo aprovechó mucho Vicente; y viendo el santo prelado los pro­gresos que hacía en todo, le ordenó de diácono de su iglesia, encar­gándole el ministerio de la predicación, que no podía ejercitar el santo obispo por razón de su avanzada edad. Le ejerció Vicente con dignidad y con feliz resultado; porque, predicando tanto con obras como con la palabra, no sólo enseñaba y fortalecía á los fieles, sino que también convertía á la fe á buen número de gentiles.

Hacia el fin del año 303, principio de la persecución que los em­peradores Diocleciano y Maximiano movieron en España, queriendo Daciano, gobernador de la provincia de Tarragona, á cuya jurisdic­ción pertenecían Zaragoza y Valencia, demostrar su celo y actividad en que fuesen obedecidos los decretos de los emperadores, mandó prender á Valerio y á Vicente, dando orden para que fuesen condu­cidos á Valencia cargados de cadenas, con la esperanza de que se desalentarían con las fatigas y con los malos tratamientos que había encargado se les hiciesen en el camino, y le adquirirían la gloria de haber vencido á los dos mayores héroes cristianos que se conocían á la sazón en la nación española. Pero quedó no poco admirado cuando los vio en su presencia tan frescos y tan robustos como si nada hubieran padecido, á pesar de las diligencias que se habían hecho para matarlos de hambre en tan prolijo y tan penoso viaje.

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SAN ANASTASIO, MONJE PERSA,Y SETENTA COMPAÑEROS MÁRTIRES



ació, á fines del siglo VI, en la Persia, región occidental del Asia. Educado, como era natural, en la religión de su patria, el sabeísmo, ó sea la idolatría sidérea, y en la magia, aprendió, siendo niño, de su padre las artes mágicas. Antes de su conversión á la religión de Jesucristo, se llamaba Magúndat. Mozo ya, se alistó en el ejército de su nación, casi en constante guerra con los estados ve­cinos, sirviendo en el arma de caballería.Hacia el año 610, Sain ó Sathin, exarca, esto es, prefecto ó te­niente general del ejército de los persas, hizo una expedición al Occidente; llegó con sus tropas, saqueándolo todo, hasta Calcedonia, y la sitió por algún tiempo. Formaba parte de este ejército el persa Magúndat.Precisado Sain á volver al Oriente, porque Filípico conducía el ejército de Heraclio, emperador del Oriente, hacia la Persia, regre­só á su patria Magúndat y se separó del servicio militar, y por al­gún tiempo vivió en compañía de un artífice platero.
Cuando oyó el nombre de Cristo de los cautivos cristianos, comenzó á convertirse á la religión de éstos, abandonando en seguida la Per­sia en busca de gentes que le enseñaran la doctrina del Crucificado. Se dirigió á Calcedonia y á Hierápolis, y después á Jerusalén. Estando en esta ciudad en el año 614, en ocasión en que fue tomada por Cosroes II, rey de la Persia, como viese llevar con gran veneración cautiva á Ctesifon, lugar de aquella nación, la Santa Cruz que nos libró del cautiverio del pecado, yendo con ella multitud de cristia­nos prisioneros, después de tomada Jerusalén, quiso saber Magún­dat, ignorante aún de nuestra religión, qué motivo tenían los cris­tianos para estimar tanto dos maderos cruzados que habían servido para ajusticiar á un hombre.
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