
por Gilbert K. Chesterton
V
La bandera del Mundo

Pero esta alternativa entre el optimista y el pesimista constituye un profundo error. La presunción implícita es que un hombre puede criticar este mundo como si estuviese por comprarse una casa; como si le estuviesen mostrando un nuevo edificio de departamentos. La persona que llegase a este mundo proveniente de algún otro mundo, podría discutir si la ventaja de tener bosques en pleno verano compensa la existencia de perros rabiosos, así como un hombre buscando vivienda podría evaluar la existencia de teléfono contra la ausencia de una vista al mar. Pero ningún ser humano se halla en esa posición. Una persona pertenece a este mundo aún antes de poder empezar a preguntarse si es lindo pertenecer a él. Ya peleó por la bandera y con frecuencia hasta obtuvo resonantes victorias para la bandera, incluso antes de ser reclutado. Para ser breves y expresar lo esencial de la cuestión: tiene una lealtad antes de tener cualquier admiración.
En el capítulo anterior se ha dicho que los cuentos de hadas son la mejor forma de expresar ese sentimiento primario en cuanto a que el mundo es extraño pero también atractivo. El lector, si lo desea, puede pasar por alto el período siguiente de esa literatura belicosa y hasta patriotera que, por lo general, sigue a la de los cuentos de hadas en la vida de un niño. Le debemos, todos, mucha sana moralidad a la literatura de terror barata. Haya sido cual fuere la razón, me pareció y me sigue pareciendo que nuestra actitud hacia la vida se puede expresar mejor en términos de una especie de lealtad militar que en términos de crítica y aprobación. Mi aceptación del universo no es optimismo, es más parecido a patriotismo. Es una cuestión de lealtad elemental. El mundo no es un socucho alquilado en Brighton del que nos podemos mudar porque es miserable. Es la fortaleza de nuestra familia con la bandera flameando sobre la torreta, y mientras más miserable es, menos la abandonaríamos. La cuestión no es si este mundo es demasiado triste como para amarlo o bien demasiado alegre como para no amarlo; la cuestión es que cuando se ama una cosa, su alegría es una razón para amarla y su tristeza es una razón para amarla más todavía. Para el patriota inglés, todos los pensamientos optimistas sobre Inglaterra y todos los pensamientos pesimistas acerca de ella constituyen razones igualmente valederas. De modo similar, el optimismo y el pesimismo, son argumentos equivalentes para el patriota cósmico.
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