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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

18 de enero de 2009

Ortodoxia (5)



por Gilbert K. Chesterton





V



La bandera del Mundo










uando era muchacho, había dos curiosas clases de hombres dando vueltas por ahí. Se los llamaba el optimista y el pesimista. Yo mismo usaba esas palabras, pero no me da vergüenza confesar que nunca tuve una idea demasiado concreta de lo que significaban. Lo único que podría considerarse evidente es que podían significar lo que se decía; ya que la explicación usual era que el optimista pensaba que el mundo era tan bueno como podía serlo mientras que el pesimista pensaba que era tan malo como podía ser. Desde el momento en que estas afirmaciones no eran más que colosales sinsentidos, uno no podía hacer más que salir en busca de otras explicaciones. Un optimista no podía ser una persona que pensaba que todo está bien y nada está mal. Porque eso no tiene sentido; es como decir que todo está a la derecha y nada a la izquierda. Considerándolo en conjunto, llegué a la conclusión de que el optimista creía en que todo – excepto el pesimista – era bueno, mientras que para el pesimista todo estaba mal, excepto él mismo. Sería injusto omitir de la lista, la misteriosa pero sugestiva definición dada, según se dice, por una pequeña niña: “Un optimista es un hombre que te mira a los ojos y un pesimista es un hombre que te mira los pies.” No estoy seguro, pero quizás ésta es la mejor definición de todas. Tiene hasta una especie de verdad alegórica. Porque podría establecerse una distinción útil entre ese pensador más bien tedioso que sólo piensa constantemente en nuestro contacto con la tierra y ese otro pensador más feliz que prefiere considerar el primario poder de nuestra visión y nuestra capacidad de elegir caminos.

Pero esta alternativa entre el optimista y el pesimista constituye un profundo error. La presunción implícita es que un hombre puede criticar este mundo como si estuviese por comprarse una casa; como si le estuviesen mostrando un nuevo edificio de departamentos. La persona que llegase a este mundo proveniente de algún otro mundo, podría discutir si la ventaja de tener bosques en pleno verano compensa la existencia de perros rabiosos, así como un hombre buscando vivienda podría evaluar la existencia de teléfono contra la ausencia de una vista al mar. Pero ningún ser humano se halla en esa posición. Una persona pertenece a este mundo aún antes de poder empezar a preguntarse si es lindo pertenecer a él. Ya peleó por la bandera y con frecuencia hasta obtuvo resonantes victorias para la bandera, incluso antes de ser reclutado. Para ser breves y expresar lo esencial de la cuestión: tiene una lealtad antes de tener cualquier admiración.

En el capítulo anterior se ha dicho que los cuentos de hadas son la mejor forma de expresar ese sentimiento primario en cuanto a que el mundo es extraño pero también atractivo. El lector, si lo desea, puede pasar por alto el período siguiente de esa literatura belicosa y hasta patriotera que, por lo general, sigue a la de los cuentos de hadas en la vida de un niño. Le debemos, todos, mucha sana moralidad a la literatura de terror barata. Haya sido cual fuere la razón, me pareció y me sigue pareciendo que nuestra actitud hacia la vida se puede expresar mejor en términos de una especie de lealtad militar que en términos de crítica y aprobación. Mi aceptación del universo no es optimismo, es más parecido a patriotismo. Es una cuestión de lealtad elemental. El mundo no es un socucho alquilado en Brighton del que nos podemos mudar porque es miserable. Es la fortaleza de nuestra familia con la bandera flameando sobre la torreta, y mientras más miserable es, menos la abandonaríamos. La cuestión no es si este mundo es demasiado triste como para amarlo o bien demasiado alegre como para no amarlo; la cuestión es que cuando se ama una cosa, su alegría es una razón para amarla y su tristeza es una razón para amarla más todavía. Para el patriota inglés, todos los pensamientos optimistas sobre Inglaterra y todos los pensamientos pesimistas acerca de ella constituyen razones igualmente valederas. De modo similar, el optimismo y el pesimismo, son argumentos equivalentes para el patriota cósmico.


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