n la cuarta parte de «Il Convivio», Dante hizo algunas reflexiones sobre la nobleza, muy interesantes para tomarlas como motivo de nuevas consideraciones. Nuestro propósito es advertir las fallas lamentables que se observan en una sociedad cuando ha descuidado el cultivo de sus minorías dirigentes, y en lugar de darles una educación adecuada a las funciones del comando, entrega el poder social a los grupos formados en las trastiendas de los comités y que sólo han adquirido competencia en las luchas demagógicas y las ofertas electorales.
El gran poeta cristiano lamentaba que en las definiciones existentes sobre la nobleza se acentuaran algunos aspectos accidentales, sin insistir suficiente en aquellos que consideraba —con justa razón— mucho más importantes y esenciales. Se hablaba de la riqueza o del linaje, como si estos elementos, condicionantes de una vida noble, fueran por sí solos determinantes de aquella jerarquía humana.
Como buen discípulo de Aristóteles —a quién llamaba «el maestro de la razón humana» — consideraba que la condición de noble era inherente a la existencia de un sistema de virtudes morales que otorgaban a su poseedor la aptitud para llevar una vida elevada y señorial, cualesquiera fuera su ascendencia o la situación personal con respecto a la fortuna.
Sería poco pertinente discutir la certeza de este juicio, pero conviene notar que para señalar los caracteres sociales de la función nobiliaria no se puede descuidar la influencia decisiva del linaje, ni aquélla —menos importante pero no desdeñable— de una condición económica que dé al noble el respaldo de su seguridad. Si esto faltara, la dependencia de quien económicamente lo sostiene produce en el talante noble un inevitable desmedro y, especialmente, limita la libertad de sus actos.
Dante no distinguió el noble del aristócrata o del notable de aquellos que son principales por la posesión de bienes y antecedentes que explican su situación eminente en una sociedad. Dijimos que la palabra noble designa, en buen castellano, un talante físico y moral en relación con las artes marciales, pero no tanto en virtud de la destreza profesional como por el coraje, la altivez y la generosidad con que se procede en los lances de la guerra. Se puede ser noble e inteligente, noble y tonto, pero no noble y astuto. Este último adjetivo pone su nota falsa en la condición del caballero, que siempre debe combatir sin cálculos mezquinos ni exageradas precauciones.
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