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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

29 de junio de 2009

29 de Junio, Festividad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, Mártires

























l buen Simón de Betsaida, bronco y tierno como una ola del mar de su patria, fogoso y sencillo como un mílite de las legiones romanas, es una de las figuras más humanas v mas encantadoras que desfilaron por la órbita divina del Evangelio de Jesús de Nazaret. Con su barca y sus llaves, con sus dichos y sus hechos, con sus pecados y sus lágrimas, la personalidad histórica de San Pedro encuadra a todo el apostolado de los Doce y atrae por su fe ardiente y por su cálido humanismo la simpatía y el amor de todas las generaciones cristianas.

Ignoramos el año exacto del nacimiento de San Pedro, pero sí sabemos que nació en Betsaida, una aldea campesina y marinera tendida en la ribera occidental del lago Tiberiades, donde vivía con su esposa dedicado a las tareas salobres de la pesca. Su nombre de pila era el de Simón, y fue el mismo Jesucristo quien, en su primer encuentro con este pescador, le impuso el nuevo nombre de Cefas, que significa "Pedro" o “piedra". El evangelista San Juan nos narra el primer encuentro de Jesús con San Pedro con la santa simplicidad de estas palabras: “Andrés halla primero a su hermano Simón y le dice: Hemos hallado al Mesías. Llevóle a Jesús. Poniendo en él los ojos, dijo Jesús: Tú eres Simón, hijo de Juan; tú te llamarás Cefas" (lo. 1, 41-42). Jamás olvidaría Pedro de Betsaida esa mirada y esa delicadeza exquisita de Jesús. Tiempo adelante, el porvenir nos daría la clave y el sentido de este cambio de nombre y confirmaría el vaticinio de Jesús de Nazaret.

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acia el año 18 de nuestra era, un joven de poco mas de quince años, judío de raza, de la tribu de Benjamin, llamado Saúl (o Saulo), dejaba su ciudad natal de Tarso de Cilicia y se hacía a la mar rumbo a Jerusalén. De una manera en parte imaginaria en parte real llevaba consigo cinco acompañantes invisibles cuya síntesis constituía la personalidad del joven viajero.El primer compañero de viaje era un ciudadano romano. Saúl era súbdito de aquel gran Imperio; tenía, además, el derecho de ciudadanía por nacimiento y sabía acogerse, si había lugar, a las prerrogativas que este título le confería.

Junto al ciudadano romano había en Saúl un griego. Se expresaba en esta lengua, que era la que se hablaba en Tarso, con corrección y con agilidad. Estaba acostumbrado a oír fragmentos de los poetas helénicos, a hablar de las competiciones atléticas en el estadio y a contemplar el esplendor externo y la belleza de formas de aquella cultura deslumbradora. El tercer viandante invisible era un obrero. "El que no enseña a su hijo un oficio le hace ladrón", se decía entre los judíos. Y el padre de Saúl, aunque era, al parecer, un acomodado comerciante de paños, quiso que su hijo aprendiera desde muy joven el oficio de tejedor de lonas para tiendas de campaña. De la imaginaria comitiva formaba parte también un fariseo. Fariseo e hijo de fariseos era Saúl, y, como tal, pegado hasta lo inverosímil a las tradiciones de sus mayores, capaz de recorrer el cielo y la tierra para hacer un prosélito, de dura cerviz en sus empresas para no ceder ante los obstáculos, anhelante por la venida del Mesías liberador del yugo extranjero y guardador de la Ley hasta en sus mínimos detalles externos. El último acompañante de Saulo era un sincero y afanoso buscador de la verdad. Ya junto a los rabinos tarsenses la había buscado en la lectura de la Tora (Ley) primero, y luego en el estudio de la Mishnáh (tradición oral). Pero su alma anhelaba un conocimiento mayor de la suprema verdad, que es Dios, y su palabra revelada.
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