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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

30 de junio de 2009

Estudio preliminar a la Antología de Vázquez de Mella (3)






por D. Rafael Gambra Ciudad








El concepto de soberanía social


l fundamento primero de éste que Mella llama sociedalismo es una concepción del hombre en la que se adelanta un cuarto de siglo a las actuales teorías personalistas -hostiles al individualismo- que, desde Max Scheler y Berdiaeff, se extienden hasta Brunner y Mounier. El concepto de individuo -dice Mella-, que tanto se repite y que sirve de centro a todo un sistema, si bien se mira, no es otra cosa más que un concepto puramente abstracto (5). Cada hombre es, en cierto modo, una condensación de la historia de su vida, y si, por un proceso de abstracción, se prescindiera de la evolución de su pasado vivido y de la tradición humana en que se halla inserto -esto es, de su tiempo real, personal y transpersonal-, no quedaría más que un inimaginable haz de potencias inactuadas, algo meramente potencial, exento de toda determinación. El hombre no es captable ni en su individualidad teórica, ni tampoco en su ser social, como pretende la sociología de corte universalista. Porque ambos son aspectos abstractos de una y única realidad.
(5) Obras Completas, tomo XI, pág. 49

Pero sea de la cuestión metafísica lo que fuere, lo cierto es que la experiencia no nos ofrece, desde luego, más que sólo hombre: el hombre concreto de carne y hueso, con sus peculiaridades individuales y sus tendencias sociales, que es el dato empírico de que habremos de partir. Máxime teniendo en cuenta que la política, como algo práctico -el arte de dirigir la nave del Estado-, ha de seguir al supuesto -según el adagio escolástico actiones sunt suppositorum-, en este caso, a la persona concreta. De aquí el absurdo de fundamentar una teoría política en una concepción abstracta del individuo que exige desembarazarle de todas las instituciones naturales que encuadran y completan su ser y su obrar, y que sea representado en la gobernación del Estado de un modo individual, según el principio de sufragio inorgánico. Porque, como dice Mella en un golpe de evidencia, "el verdadero individuo, en lo que tiene de más singular, que sería el carácter nativo, no es representable por nadie más que por él mismo" (6).
(6) Obras Completas, tomo VIII, pág. 150
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