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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

20 de noviembre de 2008

Convivir con el abismo

Editorial del Cruzado

Cuando observé por primera vez esta fotografía(i) sentí una fuertísima impresión. Fue tomada en el piso 69 del Rockefeller Center , en 1932, por Charles C. Ebbets y se llama “Almuerzo en la cima de un rascacielos”. Lo primero que impresiona es la sensación de altura, casi 70 pisos! Llama la atención lo expuestos que están estos hombres a un desenlace fatal: un movimiento en falso, una ráfaga de viento, una pequeña distracción y se enfrentarían inevitablemente a la muerte. Pero ellos están muy tranquillos. Parecen haber perdido la noción del gran peligro. El cuadro desafía el sentido común al presentar un binomio bizarro: sumo peligro, suma despreocupación.

De hecho, a nadie parece preocuparle la situación de extremo peligro en la que están. Es más, todo parece transcurrir normalmente; es como un día más en las vidas de cada uno. Uno le enciende un cigarrillo al compañero, el otro colega conversa con su amigo a la derecha y hasta gira el torso para poder conversar más cómodo. Otro lee un periódico. Distensión, relajo, normalidad, calma. Casi todos conversan, todos disfrutan de una hora de almuerzo tranquila y amena… al borde del precipicio.

Nadie puede negar que este grupo de operarios se acostumbró a vivir “al filo”, a observar el peligro de muerte y la tragedia sin tener la reacción natural del instinto de conservación. Sonriendo, leyendo, fumando. Viven en la delgada línea que divide el terreno de las posibilidades hipotéticas más atroces y la realidad dulcemente plácida… al borde del precipicio.

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