Este blog está optimizado para una resolución de pantalla de 1152 x 864 px.

Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

19 de noviembre de 2008

La Sábana Santa, imagen de Cristo muerto (4)



por el R.P. Raimondo Sorgia, O.P.



4. La calle que lleva a la colina


Al alba, sin que el imputado haya tenido ni un sólo momento de tregua, segundo juicio. Ante el Sanedrín, las formalidades y humillaciones se hacen más refinadas. Después comienza el juicio último, esta vez en el Pretorio, en cuya sede se sienta un alto magistrado romano.
A Pilatos, claro está, no le importa gran cosa el asunto de este extraño individuo. Al menos en principio, habiendo visto tanta gentuza: casi cada día, desde hace años, han desfilado delante de él hombres a quienes juzgar, y a los que casi nunca ha podido absolver. Acusados con las etiquetas más variadas: el delincuente común, el ladronzuelo ocasional, el ingenuo que se ha dejado engañar y se ha pasado al bando equivocado, el idealista, el ladrón profesional, el terrorista, el sicario, el anárquico, el enfermo mental, el agitador político, el hombre embrutecido por el vicio o la miseria material. Juzgarles, condenarles, hacerles golpear o azotar, matarles... son asuntos administrativos corrientes para el gobernador Poncio Pilatos, igual que para cualquiera de sus colegas.
Pero este hombre –Pilatos se ve obligado a repetírselo a sí mismo en voz baja–, este hombre es diferente de todos los otros que ha conocido. Es cierto que no es fácil reflexionar, ponderar con calma la situación de este imputado, con una serie de acusaciones que no se tienen en pie, y menos teniendo enfrente aquella gente que grita bajo las ventanas del pretorio. Aún se le hace más difícil porque su mujer le ha mandado un recado: «intenta no condenar a este hombre inocente, ya que esta noche he sufrido mucho en sueños por su causa».¿Quién puede ser? ¿Y si en verdad tiene el favor de los dioses? Miedo supersticioso. Se estremece al recordar otro sueño tristemente célebre: el de Calpurnia, que en la mañana de los Idus de marzo había aconsejado al César no ir al Senado; en sueños lo había visto chorreando sangre. Siente miedo al evidente chantaje por parte de los representantes del pueblo, si se atreve a desafiarlos. Podría tener que volver a Roma escoltado para acabar, como ahora este hombre, en el banquillo de los acusados y después quién sabe.
Puede que haya todavía una escapatoria. Al saber que Jesús proviene del territorio gobernado por Herodes, Pilatos ordena que sea llevado ante él. Pero Herodes se cansa pronto de este hombre que no le divierte, como había esperado. Hace que le revistan, para burlarse de él, con una túnica principesca –¿no dice que es un rey en el exilio, el aspirante al trono de un misterioso reino?– y se desembaraza rápidamente de él, reenviándolo, desilusionado, a Pilatos.
****
Para leer el capítulo completo haga click sobre la imagen del Santo Rostro

0 comentarios: