por Gilbert K. Chesterton
De los novelistas esnobs y de los esnob
En un sentido al menos, resulta más útil leer mala literatura que buena literatura. La buena literatura puede hablarnos de la mente de un hombre. Pero la mala nos habla de la de muchos hombres. Una buena novela nos cuenta la verdad de su héroe; pero una mala novela nos cuenta la verdad de su autor. Y mucho más que eso, nos cuenta la verdad de sus lectores. Además, por curioso que parezca, nos dice más cosas cuanto más cínico e inmoral sea el motivo de su creación. Cuanto más insincero es un libro en tanto que libro, más sincero resulta en tanto que documento público.
Una novela sincera muestra la simplicidad de un hombre concreto; una novela insincera muestra la simplicidad de toda la humanidad. Las decisiones pedantes y los ajustes definibles de los hombres pueden hallarse en papiros, en libros fundacionales y en escrituras; pero las ideas básicas y las energías eternas deben buscarse en las infames novelitas de a un penique. Así, un hombre, como muchos hombres de auténtica cultura de nuestro tiempo, puede no aprender nada en la buena literatura más allá del poder de apreciar la buena literatura. Pero de la mala literatura puede aprender a gobernar imperios y a recorrer el mapa de la humanidad.
Existe un ejemplo bastante interesante de este estado de cosas en el que la literatura más floja es la más fuerte, y la más fuerte la más floja. Se trata del caso de lo que puede llamarse, en una descripción aproximada, la literatura de la aristocracia; o, si lo prefieren, la literatura del esnobismo. Si alguien desea encontrar una defensa eficaz, exhaustiva y permanente de la aristocracia, expresada correcta y sinceramente, que no lea a los filósofos conservadores, ni siquiera a Nietzsche; que lea las novelitas de Bow Bells. Sobre el caso de Nietzsche, confieso que albergo más dudas. Nietzsche y esas novelitas poseen, obviamente, el mismo carácter fundamental.
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