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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

21 de noviembre de 2008

El Pensamiento de la Revolución Nacional (6)



por D. Antonio de Oliveira Salazar




CAPITULO V

Elogio de las virtudes militares





Con ocasión de la brillante ceremonia de la impo­sición de las insignias de la Gran Cruz de Cristo al entonces Gobernador Militar de Lisboa, general Daniel de Sousa, leyó el Dr. Oliveira Salazar uno de sus más bellos discursos. La importancia y la significación de sus palabras son tanto mayores cuanto que se dirige a la colectividad militar, autora del movimiento de 23 de Mayo y apoyo fundamental del Gobierno, sobre todo en los primeros tiempos. El acto tuvo lugar el 30 de Diciembre de 1930 en el Cuartel General del Gobierno Militar de Lisboa.

Aprovechando la oportunidad de la fiesta de hoy, voy a ocupar vuestra atención unos minu­tos con una sencilla charla sobre vosotros mis­mos, es decir, sobre la función, el ideal y las virtudes militares.

Es casi escandalosa esta osadía por mi parte, por parte de un hombre civil, de un profesor, desconocedor por completo de los reglamentos, de la vida y de la historia militar, y conocedor, ¡ay de mi! de algo referente a los respectivos gastos. Pero el ignorante da algunas veces in­formes al sabio, y un extraño ve claro lo que el familiar no consigue descubrir. No afirmo que sea ese el caso de ahora, pero cada uno de vo­sotros es libre de quedarse con lo que crea ra­zonable, despreciando lo que no le convenga o se le figure que es simple fruto de mi ignorancia. Acontece muchas veces que la gente se en­gaña al tomar un rumbo en la vida y se siente después encadenada a una actividad que no encaja en sus aficiones y a exigencias que no son las que puede satisfacer.

Deben de ser muy raras las personas aptas o preparadas para todo, y se concibe que cada género de vida exija cierta inclinación (1), como dice el pueblo, vocación según dicen los intelectuales; en el fondo, las cualidades indispensables para el ejercicio de una función, la íntima armonía entre la forma­ción de nuestro espíritu y el espíritu de nues­tra profesión.

La vida no es un juego, pero tampoco tiene por qué ser la carga que muchos llevan, encor­vados bajo un peso superior a sus fuerzas, escla­vizados a un destino que no comprenden. Es, debe ser una cosa seria: para ello ha de tener un contenido, ha de ser la realización más per fecta posible de un determinado ideal. En este sentido, cada vida deja de ser tiempo que pasa, para ser obra que queda. Estamos atravesando una época en que la mayor parte de la gente no quiero parecer lo que es, sino que ambiciona confundirse con la multitud anónima, igualitaria e inexpresiva.
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