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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

17 de noviembre de 2008

El Papa San Pío X: Memorias (11)






por S.E.R. Cardenal Rafael Merry del Val



Capítulo X


PIO X Y LA MÚSICA






El Papa Pío X amaba la música, para la que poseía un talen­to natural; está fuera de duda. Se las había arreglado para adquirir un amplio conocimiento del tecnicismo de este arte, y el hecho de haberlo logrado en el curso de una vida tan ocupada, es prueba clarísima de que estaba especialmente dotado para ello, ya que los deberes absorbentes de su minis­terio apenas si le dejaban un momento libre para cultivar esta afición.

No creo que muchas personas sean capaces de comprender el enorme sacrificio que supone para un sacerdote el ver inte­rrumpido, por su vocación, el goce de escuchar música verda­deramente buena. Estoy seguro de que el Santo Padre experi­mentaba hondamente esta pérdida, aunque con toda probabi­lidad no se detenía a considerarla mucho más que otras renun­cias que voluntariamente se había impuesto en servicio de su Divino Maestro.

Música mala y ruidosa, dentro y fuera de la iglesia, estuvo, evidentemente, obligado a oírla todos los días de su vida, por eso es más notable que, a pesar de ello, conser­vara un gusto exquisito y una marcada preferencia por el gran estilo de composición musical, tanto sagrada como profana. Recuerdo muy bien lo intensamente que disfrutó en una ocasión escuchando el gran oratorio de Perossi El juicio final, que, a petición suya, fue ejecutado bajo la dirección personal de su autor en la Sala Regia. Cómo comentaba los inspirados trozos de los textos litúrgicos y la riqueza de las partes orquestales, sin dejar de apuntar las cualidades o deficiencias observadas aquí y allá, bien en la composición misma o en los cantores.

Todavía experimentó un placer mayor con el gran­dioso canto de varios centenares de voces durante la solemne Misa Pontifical cantada en San Pedro con motivo del cente­nario del gran San Gregorio; muchos recordarán emociona­dos aquel día inolvidable.

No estaría en relación con los límites reducidos de este breve ensayo el aludir detalladamente a los esfuerzos desple­gados por Pío X para restablecer la música sacra conforme a las buenas tradiciones y al espíritu de la Iglesia católica. Sería, por otra parte, superfluo, ya que sus públicas mani­festaciones e instrucciones sobre esta materia han sido am­pliamente divulgadas y se han publicado muchos escritos haciendo resaltar su importancia. No puedo dejar de men­cionar, sin embargo, algunas de sus ideas y orientaciones so­bre este punto, tanto más cuanto que tuve ocasión de com­probarlas personalmente.

En éste como en otros aspectos, el ideal de su vida inspira­ba sus opiniones y dirigía sus actividades. Gustaba de la bue­na música en general; pero, naturalmente, le interesaba con preferencia la música sacra. Insistía una y otra vez en su de­seo de adoptar lo mejor, y esto a sus ojos sólo podía consti­tuirlo la música verdaderamente sagrada y eminentemente "artística", en armonía con la liturgia de la Iglesia y la genuina expresión de los sentimientos inspirados por la fe.Mantenía el criterio de que la música debía ser precioso auxiliar de la devoción. Haciendo muchas veces caso omiso de la belleza innata de aquélla, decía que estaba fuera de lugar si, en vez de elevar el alma al Señor como medio y ayuda de la oración, adquiría excesiva importancia y aban­donaba su carácter secundario de elemento conducente al supremo objeto del culto: levantar las mentes y los corazones a Dios.

Sostenía firmemente el principio de que si la música debe rendir tributo de alabanza a Dios, no habrá de ser de calidad deficiente, y que había que tratar de producir la mejor. Por otra parte, comprendía perfectamente que, para poder lograr una reforma definitiva de la música eclesiástica, no bastaban las medidas puramente disciplinarias por rigurosas que fueran. Resulta imposible forzar el gusto por un estilo determinado donde éste no puede ser entendido ni aprecia­do, y el gusto ha de ser gradualmente educado si quieren lograrse resultados positivos y duraderos.

Estos eran los pun­tos de vista del Santo Padre, que expresaba frecuentemente en mi presencia. Pero no había pequeñez alguna de espíritu en las ideas que sobre la música sacra, susceptible de ser aceptada, po­seía Pío X. No rechazaba en modo alguno las peculiaridades locales o nacionales, muchas de las cuales admiraba franca­mente, siempre que —decía— "los principios fundamentales de su carácter y gravedad estrictamente religiosas fueran ob­servados con todo rigor, y si fuere necesario, mediante una cuidadosa adaptación."Ni tampoco pretendía prohibir el empleo de música polifónica en las iglesias. Acogía favorablemente los trabajos realmente buenos de los modernos compositores, aunque exigía que se limitaran a las normas prescritas y que la música constituyera una especie de derivación o eco del canto llano.

Me acuerdo de un comentario que hizo al conocer el de­seo de algunos reformadores extremistas que querían deste­rrar de nuestras iglesias todo lo que no fuera simplemente el canto gregoriano; lo calificaba de ser un capricho exagerado: "Sería igual que si yo desechara los cuadros más bellos y clá­sicos de la "Madonna" bajo el pretexto de que el único mo­delo aceptable es la representación más antigua y primitiva de la Virgen María que ha llegado a nuestros días, tal como aparece en las catacumbas de Santa Priscilla."Esto nos conduciría a proscribir las obras maestras del arte religioso y de la pintura verdaderamente inspirada. No queremos cuadros profanos de Nuestra Señora, ni imágenes carentes de devoción hechas por nuestros modernos artistas; pero tampoco sería razonable afirmar que únicamente los cuadros antiguos llenan las condiciones requeridas por la re­ligión y por una auténtica belleza artística. Pues lo mismo sucede con la música religiosa."

Con frecuencia manifestaba su contrariedad de que no se concediera mayor importancia a una costumbre que ayudaba positivamente a los fieles a comprender y sentir más profun­damente el culto católico, y que, adoptada con carácter am­plio y general, contribuiría a atraer a muchos al conocimien­to y cumplimiento de sus deberes religiosos.

Un método práctico de lograr esta finalidad le pareció se­ría que en cada diócesis un profesor competente de música sagrada, con aprobación del Obispo, permaneciera algún tiem­po en cada parroquia formando núcleos de cantores selec­cionados entre miembros de la misma, que, a su vez, fueran arrastrando a otros, volviendo a girar visitas de cuando en cuando para perfeccionar lo ya iniciado y fomentar nuevos adelantos. Cuando le eran presentadas composiciones para su acep­tación, examinaba cuidadosamente la partitura, y más de una vez le oí entonar la melodía, leyéndola con absoluta facilidad a primera vista, mientras marcaba el compás con la mano y me exponía seguidamente su opinión sobre los méritos y el estilo de la música.Las innumerables personas que le oyeron cantar Misa en San Pedro o entonar la bendición solemne en la Capilla Sixtina recordarán, sin duda, su voz suave y melodiosa.

Una de sus aspiraciones más fervientes era promover, siem­pre que fuera posible, el canto de los fieles en las iglesias, ya que lo consideraba altamente instructivo para gentes de toda clase y un poderoso medio de despertar el interés por las be­llezas de nuestra sagrada liturgia, especialmente en relación con el santo sacrificio de la Misa. Gustaba de comentar a este respecto los notables resultados obtenidos en parroquias donde los fieles habían aprendido a cantar correctamente las distin­tas partes de la Misa en canto llano, así como los salmos e himnos en las vísperas de los domingos.

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