Hoy se cumplen 33 años de la muerte del Caudillo
(R.I.P.)
por José Lois Estévez
Tomado de Razón Española
Enviado por María Luz López Pérez (a quien agradecemos públicamente su envío)
0. Nunca fui beneficiario del franquismo. Más bien lo contrario. Mantuve con él profundas discrepancias en cuanto a la concepción de la política; sobre todo en materia de educación. Pero esto no me ha impedido nunca reconocer sus méritos. Es lo que trataré de hacer también ahora: Justicia.
1. Durante las vacaciones escolares de mi tercer curso de bachillerato me sorprendió la noticia del Alzamiento nacional. Venía estudiando en Portugal con los jesuitas, en Entre-os-Ríos, en la confluencia de Támega y Duero, y en Curía, en hoteles improvisados como colegios, tras su injusta expulsión de España, consiguiente a un precepto constitucional totalmente arbitrario. En aquellos momentos, como tantos otros españoles, me solidaricé con los militares sublevados. Recuerdo haber escrito un breve poema, que expresaba mi admiración al Caudillo. Podría evocar aún algunos versos:
España fue grande, imperial,
laureles de glorias pasada
ciñen las espadas
que han hecho a la Patria inmortal.
Espadas heroicas que encarnan la gloria española
fueron profanadas;
mas ya Franco arbola
las viejas espadas.
No me quedé solo en aquel arranque entusiasta: Eramos muchos los que, horrorizados del sectarismo republicano (2), nos expresábamos así. Porque nadie podrá negar con verdad la existencia entonces de dos Españas: una que atacaba desde el poder y otra que padeciendo la más inicua de las agresiones, depositaba su esperanza en un Movimiento militar que pusiera fin a semejante caos. En octubre de 1939 José Montero Alonso publicaba el Cancionero de la guerra, un florilegio en donde recogía poemas -muy desiguales en calidad- de una treintena de escritores. Claro que no están todos los que son. Recurriendo a la memoria, podría añadir muchos otros poemas a Franco. Voy a contentarme con uno de Victoriano Rivas, que comenzaba con cuatro versos impresionantes:
Las manos de la historia te sostienen la pluma.
El futuro se exalta, porque no pudo verte.
Y el presente te aprieta con caricia y te abruma
Con una pena incrédula de perderte.
Tomado de Razón Española
Enviado por María Luz López Pérez (a quien agradecemos públicamente su envío)
0. Nunca fui beneficiario del franquismo. Más bien lo contrario. Mantuve con él profundas discrepancias en cuanto a la concepción de la política; sobre todo en materia de educación. Pero esto no me ha impedido nunca reconocer sus méritos. Es lo que trataré de hacer también ahora: Justicia.
1. Durante las vacaciones escolares de mi tercer curso de bachillerato me sorprendió la noticia del Alzamiento nacional. Venía estudiando en Portugal con los jesuitas, en Entre-os-Ríos, en la confluencia de Támega y Duero, y en Curía, en hoteles improvisados como colegios, tras su injusta expulsión de España, consiguiente a un precepto constitucional totalmente arbitrario. En aquellos momentos, como tantos otros españoles, me solidaricé con los militares sublevados. Recuerdo haber escrito un breve poema, que expresaba mi admiración al Caudillo. Podría evocar aún algunos versos:
España fue grande, imperial,
laureles de glorias pasada
ciñen las espadas
que han hecho a la Patria inmortal.
Espadas heroicas que encarnan la gloria española
fueron profanadas;
mas ya Franco arbola
las viejas espadas.
No me quedé solo en aquel arranque entusiasta: Eramos muchos los que, horrorizados del sectarismo republicano (2), nos expresábamos así. Porque nadie podrá negar con verdad la existencia entonces de dos Españas: una que atacaba desde el poder y otra que padeciendo la más inicua de las agresiones, depositaba su esperanza en un Movimiento militar que pusiera fin a semejante caos. En octubre de 1939 José Montero Alonso publicaba el Cancionero de la guerra, un florilegio en donde recogía poemas -muy desiguales en calidad- de una treintena de escritores. Claro que no están todos los que son. Recurriendo a la memoria, podría añadir muchos otros poemas a Franco. Voy a contentarme con uno de Victoriano Rivas, que comenzaba con cuatro versos impresionantes:
Las manos de la historia te sostienen la pluma.
El futuro se exalta, porque no pudo verte.
Y el presente te aprieta con caricia y te abruma
Con una pena incrédula de perderte.
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