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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

19 de enero de 2009

La Política y el Orden de la Convivencia (2)






por D. Rubén Calderón Bouchet



II. EL SACERDOTE Y LA REALEZA


a corona y la mitra que Dante recibe de las manos de Virgilio, luego que atravesó el lago de fuego en el Purgatorio, son los símbolos que testimonian por la perfección del hombre más allá de su aventura terrestre. Adán, padre de nuestra estirpe, fue en el Edén rey y sacerdote. Esta doble calidad de su mandato no fue totalmente perdida por sus sucesores, quienes a su vez la trasmitieron a sus descendientes en las precarias condiciones de la naturaleza herida. Por muchos siglos el hombre que presidía el destino político de un pueblo era, al mismo tiempo, el encargado de sostener el contacto con la fuente divina y proceder al uso de las fuerzas compulsivas que necesitaba para mantener a sus súbditos en la obediencia.

La idea de un rey del mundo que fuera al mismo tiempo origen del nuevo sacrificio es una de esas nociones que, bajo distintos aspectos pero siempre en la oscuridad de un misterioso simbolismo, se mantuvo en la tradición de casi todos los pueblos. René Guenón, en uno de sus libros más inspirados y profundos, «Le Roi du Monde» , habló de este difícil tema con autoridad y erudición. No voy a repetir el contexto de su trabajo ni las atinadas reflexiones que lo acompañan, en tanto su punto de partida difiere algo del que me sirve a mí para hilvanar esta reflexión. Yo parto del aporte teológico del cristianismo y trato de resolver el problema en los límites de la religión cristiana, sin meterme para nada con las dificultades de una tradición metafísica esotérica de la que ignoro todo.

Esta idea de un Rey del Mundo que es, al mismo tiempo, Sumo Sacerdote es, desde los comienzos, una prefiguración mesiánica. Con ella se apunta directamente a ése que ha de llegar para llevar a sus elegidos hasta su morada del cielo, donde reinará por los siglos de los siglos.

El rey sacerdote de las antiguas sociedades tradicionales ofrecía por su pueblo el viejo sacrificio que sería definitivamente abolido cuando el Rey del Mundo ofreciera su sangre en «el cáliz del nuevo y eterno sacrificio» . Sangre que sería derramada por todos cuantos creyeran en Él, para la remisión de los pecados.

Después de haber reivindicado para sí el título de Rey, Cristo quiso dejar claramente establecido que no venía a disputar las jurisdicciones de los reyes temporales, por cuanto consideraba la precariedad de sus mandatos y Él reclamaba el cetro y la corona de un reinado sin mengua. Prometió a los que creyeran en Él y lo siguieran en el ofrecimiento sacrificial de su sangre, una efectiva participación en su sacerdocio y en su realeza. No es extraño que, dada nuestra humana inclinación a tomar los signos como si fueran realidades totalmente independientes de lo significado, interpretáramos sus promesas como si la realeza y el sacerdocio fueran dones que podíamos obtener sin cruz ni sacrificio.

Todos los momentos de la historia moderna jalonan un itinerario conducido por este equívoco, y cuando más profundamente penetramos en el espíritu de la Revolución vemos con más claridad que se trata de un cristianismo invertido, de esa caricatura que la profecía apocalíptica señala con el nombre de Reino del Anti-Cristo.

La sociedad antigua conoció al rey sacerdote y —como dijimos más arriba— esta figura política y sacerdotal debe ser entendida como un anticipo que debía consumarse en Cristo como realidad religiosa definitiva pero, al mismo tiempo, como piedra de tropiezo y motivo de escándalo para quienes carecen de la fe que ilumina la dimensión sobrenatural de su mensaje.

La figura del Anticristo aparece también en la doble perspectiva del rey y del sacerdote, pero rey de una humanidad despojada del señorío sobre las propias pasiones y de la gracia que la coloca en el camino del encuentro con Dios. La acción protagonizada por Johan von Leyde cuando instauró en Münster «el Reino de los últimos días» señala el carácter anárquico que adquiere la idea de que todos somos reyes y sacerdotes, cuando la noción no está esclarecida por la sabia conducción del Magisterio Católico.

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2 comentarios:

El Carlista dijo...

Al que le haya interesado este ensayo de don Rubén, sepa que integra uno de los primeros capítulos de un libro de él que se llama LA ARCILLA Y EL HIERRO.
Muy, pero muy, recomendable. A mi parecer, el mejor libro de don Rubén.

Cruzamante dijo...

Gracias por el dato para los lectores.
Un abrazo
Cruzamante