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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

21 de diciembre de 2008

21 de Diciembre, Cuarto Domingo de Adviento



por el R.P. Gustavo Podestá
S. TH. D., Prof. Ordinario de la Facultad de Teología de la UCA.
Ex-párroco de Madre Admirable. Buenos Aires.



Lectura del santo Evangelio según san Lucas 3, 1-6


El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea , siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.





SERMÓN


ualquier aproximación a religiones no cristianas nos introduce inmediatamente en el mundo del mito. Es decir el de las ideas más o menos aproximadas de lo divino o de lo humano, expresadas mediante imágenes, arquetipos, alegorías, relatos que acaecen en regiones paralelas al tiempo, fuera de nuestra realidad mundana... Piénsese en los mitos griegos: Prometeo, Dionisios, Afrodita, Perséfone... Todo sucede en zonas intemporales, desubicadas, sin afincamiento concreto en la historia de los hombres; cuanto mucho, indicando constantes, patrones de ser o de conducta aplicables a cualquier momento. Lo mismo las falsas divinidades de Egipto, Mesopotamia, Canaán -en el entorno bíblico-, o las hindúes, chinas, amerindias. Sus supuestas divinidades tienen enredos, vicisitudes que suceden en cronologías extramundanas. Su relación con la historia de los hombres es o inexistente o puramente aleatoria, ocasional.
Es verdad que la Sagrada Escritura también utiliza algunos mitos para definir al hombre y sus relaciones con Dios. Mitos que se concentran, empero, en los once primeros capítulos del Génesis. El más conocido: el de Adán, ha 'adam, 'el hombre', figura mítica que profundiza simbólicamente las permanentes relaciones del ser humano con Dios y con sus semejantes, y que es aplicable a todos los hombres de todos los tiempos.
Pero, a diferencia de todo el resto de las falsas religiones, el Dios de Israel, Yahvé, el Dios cristiano, el Padre de Jesucristo, no pertenece al mundo mítico: interviene en la historia concreta de los hombres. Y la Biblia no es un tratado de teosofía, es, antes que nada, el testimonio de una historia de hombres conducidos por Dios hacia la salvación, hacia la Vida. A Dios se lo presenta, ciertamente, como autor del universo -en Génesis uno- y, luego, Señor de la historia y Salvador de su Pueblo, pero, estrictamente, Él no tiene 'historia'. No hay un mito que hable de sus andanzas celestes, olímpicas, a la manera de Júpiter o Zeus, no tiene prehistoria, no hay un relato intemporal que cuente algún tipo de nacimiento o gesta previos a su actuación en el mundo. Simplemente 'Es', 'Existe', y su dimensión propia, la eternidad, no tiene de ninguna manera ni crónica, ni sucesión. Tampoco la creación forma parte de Su historia, sino de la del hombre. Dios "Es", aunque la creación no hubiera existido nunca y ésta no le añade un ápice de perfección a la plenitud de su Ser.
Y, sin embargo, cuando su actuar se introduce en el tiempo, lo hace bien en concreto, acercándose al hombre y al mundo tal cual son, en su temporalidad y espacio. Yahvé es, en la historia de la salvación un Dios plenamente 'con nosotros'. El Emanu-El, el que, finalmente, en Jesucristo, se hará bien hombre, en un tiempo y geografía determinados, no en una línea intemporal mítica que correspondiera a -cuanto mucho-, procesos interiores de la psique humana, situaciones desencarnadas, influjos que solo tocarían niveles despojados de lo concreto, de la vida, de las preocupaciones cotidianas, en la impasibilidad del budista o del brahmán.
Es por ello que a Lucas, al marcar el inicio del momento público de la salvación, cuando Juan el Bautizador comienza su prédica, no le basta datar una fecha -el año 27 de nuestra era-, sino que ubica bien históricamente ese acontecimiento, con una prolijidad que linda casi con la exageración, en medio de los grandes protagonistas bien terrenos de la época. Como si nosotros dijéramos: "En el tercer año de la presidencia de Bush, cuando su embajador Tal gobernaba el área, siendo Kirchner primer magistrado de la Argentina, Solá caudillo de Buenos Aires, García intendente de General Pico, bajo el obispado de Bergoglio y de Aguer, Dios dirigió su palabra a Oscar, hijo de Ojea, que estaba en su parroquia del Socorro". Algo así suena lo de Lucas. Bien concreto, lejos de todo mito, en la realidad de personajes, aunque bien conocidos, de ninguna manera ideales, legendarios. Tiberio, el poderoso, astuto y cruel sucesor de Augusto. Poncio Pilato, el procurador, representante del poder imperial en la provincia judía. Los dos reyezuelos Herodes y Felipe, 'tetrarcas' -es decir, jefes de una cuarta parte de determinado territorio -, en este caso, respectivamente, de Galilea e Iturea. Lisinias, tetrarca de Abilene...
Precisamente este Lisinias, tetrarca de Abilene, marca a las claras ese interés de Lucas por ser concretísimo para aquellos a los cuales escribe. Es como el intendente de General Pico; porque lo cierto es que, en la historia, nadie lo recuerda. Hay una inscripción, en una piedra por allí perdida y hoy guardada en algún museo, que certifica su existencia, pero ningún dato sobre él. Por otro lado Abilene es una región al oeste de Damasco sin ninguna importancia y que no tiene nada que ver con la historia bíblica ni de Israel. Tan descolgada viene esta mención de Abilene, de General Pico, que algunos piensan que representa un detalle curioso de algún interés personal que Lucas tenía por ese lugar. Muchos, incluso, sugieren que, a lo mejor, Lucas era originario de Abilene; y lo llevan a mencionar la región sus recuerdos de infancia en su General Pico. Vaya a saber. La cosa, de todos modos, es que la mención contribuye a esta intención explícita de Lucas de marcar que está contando una historia realísima, bien en el mundo y en su tiempo, y no una mera leyenda religiosa ni, mucho menos, un mito.
También lo de Anás y Caifás tiene su colorido local. Lucas dice: "ocupando el Sumo Sacerdocio Anás y Caifás". Todos sabemos que solo había un único Sumo Sacerdote, un Pontífice, un pontificado. Mencionar a ambos era como decir 'había dos presidentes'. La realidad, tal cual la sabemos por múltiples fuentes, era que efectivamente el cargo lo ejercía Caifás. Anás había sido Sumo Sacerdote antes que él. Lo que pasaba era que Caifás, siendo yerno de Anás, había sido impuesto en el cargo por su suegro y, en la práctica, el poder seguía pasando por él. Una especie de Alfonsín o Duhalde de la época, después de haber dejado la presidencia.
Ven, Dios no actúa en paisajes bucólicos, en situaciones ideales, allí donde hay gente piadosa o las circunstancias le son favorables, sino en el mundo real, aquí en donde nos toca luchar a todos, vivir como varones y mujeres, y ¡hacernos santos! No son las circunstancias las que transforma Dios, sino a las personas en medio de ellas.
Y ese es el primer mensaje del evangelio lucano puesto en boca de Juan el Bautizador. Dios viene al encuentro de la libertad humana. Cristo es precedido por Juan, último y acabado fruto de una larga línea de profetas y predicadores, tratando de orientar a su pueblo y educarlo en la libertad. Juan es el desembocar de la historia humana que comienza con la aparición del primer 'homo sapiens' y que, en Israel, pretende lograr de sus miembros una respuesta libre, de entrega y amor, a la definitiva y plena intervención de Dios, mediante Su Hijo Jesucristo. Dios, haciéndose huesos y sangre, hígado y cerebro, historia, tiempo y espacio, en el seno de la Virgen. También pasando a través de la libertad de su aceptación, de su 'hágase en mí según tu palabra'.
¡'A la conversión'!, llama Juan. El término 'conversión', tiene, como fondo semítico, el verbo hebreo "sub", 'dar vuelta', 'enderezar'. Traducido al griego, 'metanoein', 'cambiar de mente', 'pensar bien'. En el lenguaje bíblico, inescindiblemente, cambiar de cabeza y de corazón. No podemos entender las cosas de Dios con el lenguaje, los intereses, los deseos y las ideas de los diarios, de la televisión, de la estupidez del ambiente, de las cortas miras de nuestros contemporáneos, del espíritu 'light' de nuestra época, del revanchismo y envidia de los políticos promotores de piqueteros, de los irresponsables gestores de la cosa pública, de los destructores de la moral, de los compradores de votos, de los estudiantes que no estudian, de los padres que no son padres, de los hombres que no son hombres... La Palabra de Dios, como toda palabra, debe ser oída, apreciada, entendida, por varones y mujeres libres, o que quieren en serio la libertad.
No: no la vas a oír, no la vas a apreciar, si abajado a la chabacanería de este mundo, a sus miras pedestres, a sus slogans de cuarta, a sus diversiones por centímetro cuadrado de piel... Ni en medio de la estulticia, del error, de la mentira, de la ideología anticristiana, de todo ese mundo de ideas y deseos desviados que, por ósmosis, flotando en el ambiente, en la sociedad, en los medios, penetra aún en los mejores.
El encuentro con Cristo, por más gratuito que sea, por imposible que sea conseguirlo al hombre si Él no viene a nosotros -sostiene hoy Lucas-, no puede producirse sino con quien de alguna manera se prepara -mediante la conversión, la búsqueda, la nostalgia de cosas mejores, el hambre de lo bello, el pensar riguroso, el intento del dominio de uno mismo para atender las ansias superiores-, a hacerse adecuado oyente de Su Palabra.
De allí que sea siempre Juan el Bautizador la figura humana con la cual la liturgia abre el tiempo de Adviento: estas semanas dedicadas a preparar nuestro encontrarnos con el Jesús que llega, abrigado al calor del vientre de María.
Y, como hace dos mil años, Jesús pretende alcanzar a nuestras vidas no en una situación ideal, de paz, de serenidad, de holgura y de salud, sino en esta nuestra situación bien 'aquí y ahora', en este contexto político, en esta Argentina quebrada, obras sociales que no andan, servicios públicos que peligran, nuestros bienes menguados y confiscados, delincuentes sueltos por la calle... Con nuestros particulares problemas de familia, de General Pico, de Abilene, nuestros noviazgos y matrimonios, nuestros hijos, nuestros estudios, nuestras ilusiones, nuestros fracasos, nuestras alegrías y tristezas...
Juan no viene a pedir ni a hacer que cambien las cosas, sino que cambiemos nosotros, que preparemos, en nuestros corazones, un camino para Dios, que rectifiquemos nuestras vidas, que insistamos en nuestras cualidades buenas, y que domeñemos y ahuyentemos a las malas, las mediocres, las menos nobles, nuestros 'senderos sinuosos'...
Para que la llegada del Señor nos encuentre erguidos, expectantes, bien dispuestos, preparados para poder acompañarlo, cabalgando a su flanco, tanto a sus batallas, como, finalmente, al consumado triunfo de su gloria.

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