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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

22 de diciembre de 2008

Herodes también celebra la Navidad



por Juan Manuel de Prada


Tomado de ABC





NO de los signos más evidentes de la sobrenaturalidad de la Navidad no se manifestó en el pesebre donde nació Jesús, sino en el palacio donde moraba Herodes. Como los pastores que cuidaban sus rebaños, como los sabios venidos de Oriente, Herodes reconoce la sobrenaturalidad del nacimiento de Cristo; y, como los pastores y los sabios, se apresura a celebrarlo... a su modo. Los cristianos celebramos con la Navidad de Cristo el advenimiento de una nueva era: nuestra naturaleza caída es por fin redimida; y esa redención, que no pasa inadvertida a sus beneficiarios, mucho menos podía pasar a su máximo damnificado. Cierta iconografía cristiana ha pintado la Navidad con trazos ternuristas y algo merengosos, adulterando el sentido profundo del reinado que se instaura, que no es un reinado pacífico (o sólo lo es si consideramos que la Navidad es una prefiguración de la Parusía), sino combatiente. Las campanas de la Navidad, nos recuerda Chesterton, suenan con el estrépito de cañonazos; pues lo que la Navidad viene a instaurar es una batalla crudelísima, una guerra sin cuartel contra quien, en la narración evangélica, es encarnado por Herodes.
Herodes combate la Navidad matando niños. Es una nota característica (o, dicho más propiamente, constitutiva) de todos los cultos demoníacos el odio a las vidas nuevas; porque en toda vida nueva se resume la nueva alianza que Dios ha entablado con los hombres. Y, puesto que toda vida nueva adquiere a los ojos de Dios una condición sagrada, adquiere también la condición de víctima propiciatoria a los ojos del Enemigo. Esto, que es una verdad teológica profunda (aunque ya ni los curas hablen del Enemigo), es también una verdad histórica irrefutable. En todos los ocasos de la Historia, las vidas nuevas han sido perseguidas sin desmayo: su fragilidad golpeada, su inocencia escarnecida, su dignidad vituperada, su existencia misma perseguida con brutal y eficiente encono. En este nuevo ocaso de la Historia, la persecución herodiana de las vidas nuevas se extiende hasta lo que los profetas del Antiguo Testamento llamaban «la abominación de la desolación»; esto es, hasta la profanación del recinto sagrado donde toda vida nueva halla refugio y sustento. La conversión del seno materno es un campo de batalla donde se ejerce la más feroz de las violencias contra las vidas nuevas constituye la más estremecedora manifestación demoníaca de nuestra época; y es la forma en que Herodes sigue celebrando la Navidad.
Herodes celebró la Navidad dejándose arrastrar por un rapto repentino de cólera. Pero el Enemigo no suele emplear estrategias tan burdas; por el contrario, suele enmascarar sus crímenes bajo una fachada de farisaico humanitarismo. Y una de sus estrategias más queridas consiste en desplegar argumentos que favorezcan el ofuscamiento de la conciencia moral: «¡Ay de los que a lo malo llaman bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!», clamaba Isaías. Los enemigos de las vidas nuevas llaman ahora derecho a lo que es un crimen; y disfrazan de filantropía y feminismo lo que no es sino esencial odio al linaje humano y eterna enemistad a la mujer. Este odio es de índole demoníaca; y todas las coartadas ideológicas que se esgrimen para justificarlo o maquillarlo con afeites no son sino añagazas de quien dijo: Non serviam.
Hay un pasaje muy enigmático y disputado de las Escrituras (II Tes 2, 3-8) en el que San Pablo se refiere a un misterioso «obstáculo» que retiene al impío y lo impide manifestarse; basta con que dicho obstáculo se retire, nos dice San Pablo, para que sobrevengan los Últimos Tiempos. Yo siempre he identificado ese «obstáculo» con el discernimiento moral del hombre, con la capacidad que el hombre posee para emitir mediante la razón un juicio objetivo sobre lo que está bien y lo que está mal, según establecía Aristóteles en su Política. La persecución herodiana contra las vidas nuevas, sancionada legalmente y aceptada socialmente, nos indica que tal discernimiento se ha nublado; y tal vez que el obstáculo ha sido removido. Feliz y sacra Navidad a todos; y no olviden que la Navidad sólo puede celebrarse combatiendo a Herodes.

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