por Ismael Medina
Tomado de Vistazo a la Prensa
la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Así escribía San Pablo a los filipenses en el siglo I de nuestra era. La predicación de Jesús, de la que Pablo de Tarso se hizo postulador entre judíos y gentiles, ofrecía y pedía paz y amor a las gentes de toda condición. Y justicia, sobre todo para los humildes y los limpios de corazón. Hay que leer con hondura las Bienaventuranzas, por ejemplo, para discernir la dimensión del mensaje por el que Jesús nació, sufrió y murió en la Cruz.
Hoy, a pocas horas de celebrar la Nochebuena, intercalo para esta postal navideña trozos de lo escrito durante las últimas jornadas para unos u otros destinatarios amigos. Y lo hago desde el gozo del mensaje entrañado en la conmemoración cristiana y la amargura de que celebramos esta gran fiesta asediados por una sórdida campaña encaminada a eliminar a Dios y entronizar un laicismo cuya insidiosa contumacia asoma con descaro la oreja del odio iluminista hacia la Iglesia Católica.
El Misterio llaman en algunos lugares al tradicional Belén, o Nacimiento, que desde hace siglos ha simbolizado en los hogares y lugares públicos la venida de Dios hecho hombre para anunciarnos el mensaje de la salvación. Para mostrarnos que la humildad, la fraternidad y la caridad, que es amor, nos propone el camino hacia la paz del alma y entre los hombres. Lo entendieron los pastores que, primeros de todos, acudieron a postrarse ante el Niño Dios, nacido en portal tan pobre como sus propias vidas. Y lo sintieron igual de prójimo las gentes, no sólo las más sencillas, a lo largo de los siglos. La Nochebuena y la Navidad se llenaron de villancicos acompañados de zambombas, carracas, panderos e improvisados instrumentos domésticos. Unos nacidos en el hondón de la fe popular y otros aportados por los poetas.
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Hoy, a pocas horas de celebrar la Nochebuena, intercalo para esta postal navideña trozos de lo escrito durante las últimas jornadas para unos u otros destinatarios amigos. Y lo hago desde el gozo del mensaje entrañado en la conmemoración cristiana y la amargura de que celebramos esta gran fiesta asediados por una sórdida campaña encaminada a eliminar a Dios y entronizar un laicismo cuya insidiosa contumacia asoma con descaro la oreja del odio iluminista hacia la Iglesia Católica.
El Misterio llaman en algunos lugares al tradicional Belén, o Nacimiento, que desde hace siglos ha simbolizado en los hogares y lugares públicos la venida de Dios hecho hombre para anunciarnos el mensaje de la salvación. Para mostrarnos que la humildad, la fraternidad y la caridad, que es amor, nos propone el camino hacia la paz del alma y entre los hombres. Lo entendieron los pastores que, primeros de todos, acudieron a postrarse ante el Niño Dios, nacido en portal tan pobre como sus propias vidas. Y lo sintieron igual de prójimo las gentes, no sólo las más sencillas, a lo largo de los siglos. La Nochebuena y la Navidad se llenaron de villancicos acompañados de zambombas, carracas, panderos e improvisados instrumentos domésticos. Unos nacidos en el hondón de la fe popular y otros aportados por los poetas.
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