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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

29 de abril de 2009

29 de Abril, Festividad de San Pedro de Verona, Mártir






o podemos comenzar la vida de San Pedro Mártir con la frase que acuñaron los antiguos hagiógrafos: "nacido de padres virtuosos y santos" .

Pedro nació en Verona en 1206 y sus padres fueron cátaros, los herejes que en la Edad Media renovaron las doctrinas de los maniqueos.

En cambio, casi podríamos decir que nació predestinado para fraile dominico, según nos lo revelará la anécdota que más abajo referiremos.

Porque los cátaros, que infestaban en los comienzos del siglo XIII el centro y norte de Italia, eran los mismos albigenses que ya Santo Domingo estaba combatiendo en el sur de Francia.

Cómo surgieron estos herejes se ignora; pero conocemos su puritanismo, su desprendimiento de los bienes terrenos, su carácter belicoso, su espíritu de secta, su expansión por toda la cuenca mediterránea, que les hizo llegar hasta Constantinopla y tener iglesias en el Cercano Oriente.

En los dominicos habrían de encontrar quienes los redujeran con sus mismas armas: la pobreza y la polémica.

En aquellos tiempos las gentes gustaban de las justas y los torneos. Batallas militares o luchas y escaramuzas intelectuales. Era de ver cómo se congregaban las muchedumbres en la Provenza o en el Lanquedoc, en la Toscana o en el Milanesado para asistir a aquellos torneos espirituales que eran las disputas religiosas.

Santo Domingo aceptaba y aun provocaba el reto, y saltaba al palenque arremetiendo a los contrarios como un paladín que invocaba a su Dama, la Virgen María, y se presentaba lisamente, sin boato ni ostentación mundanal, que tanto daño había hecho a otros controversistas, pues su riqueza contrastaba con la austeridad de los albigenses.
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