por el Dr. Aníbal D´Angelo Rodríguez
Tomado de Catapulta
He destacado dos frases: la que exige que la derrota de los K sea en ambas Cámaras y la que destaca la necesidad de un acuerdo programático en una oposición que está fraccionada. Y en algunos aspectos, enfrentada.
Si el gobierno pierde la mayoría en una Cámara, la oposición podría – usando a la otra – paralizar la actividad legislativa, pero eso, en el contexto actual, carece de importancia. El gobierno continuaría haciendo lo que hoy hace, es decir ignorando al Congreso. Su esquema de poder no lo necesita prioritariamente. Sería una molestia para los K, pero no una derrota.
En segundo lugar, para limitar en serio el poder oficialista se requieren una decena de leyes clave que implican una unidad programática de la oposición. Si no se logra esa unidad programática (y lo deseable es que se logre antes de las elecciones) nada cambiará.
Pero el objetivo de estas líneas no es señalar lo que antecede sino alertar sobre un gravísimo peligro. Para entenderlo, basta mirar el panorama de Latinoamérica y observar cómo están votando esos países. Contra toda lógica y razón, cosecha votos el “socialismo del siglo XXI”, es decir la receta que fracasó en el XX, sin el más mínimo cambio de fondo. Solo difiere el modo de lograrlo (elecciones en vez de revolución) y una (torcida) concesión a la democracia. No se argumente que la Argentina es diferente porque lo fue para cada vez lo es menos. Y los triunfos de Chavez, Morales, Correa, Lugo, Ortega demuestran que los K pueden triunfar aunque las clases medias los hayan abandonado en alta proporción y definitivamente.
Es que el miedo no es sonso, pero la desesperación, sí. Y tras medio siglo de desarrollo mundial, con espectaculares aumentos del nivel de vida de algunos, las masas no alcanzadas por el “derrame” están a un milímetro de la desesperación y dispuestas – en consecuencia – a votar cualquier cosa que se parezca a una invitación a participar del banquete que hace cincuenta años miran por TV como chiquilines con “la ñata contra el vidrio”.
Para colmo, a los K les sobran argumentos eficaces (no importa que sean o no verdaderos) para descalificar a la oposición en el electorado que está bajo la línea de pobreza. Basta con recordarle que son los que ya los invitaron dos veces a la fiesta (Menem, de la Rúa) y no cumplieron. Son de los que ya están sentados a la mesa (de Narváez) y no convidan. No sirve el contrargumento de que ellos – los K – son tan ricos como de Narváez, porque aquí no va a haber debate, que exige capacidad de oír primero y sopesar después las razones de cada uno. Los pobres no ven programas políticos en TV, no leen diarios y solo asisten a los actos a los que los llevan sus punteros, es decir predominantemente los del oficialismo.
O sea: CUIDADO, porque la oposición hace cálculos racionales y oye encuestas (cuyo alto margen de error se ha probado cien veces) que la convencen de que va a ganar. Es cierto que si los K ganan van a tener la cosa muy difícil, con una situación económica gravísima y toda la clase pensante en contra. Pero eso lo saben y no les importa. Para ellos la lucha es siempre a morir o matar. De cualquier forma.
La oposición puede perder, en los términos que he definido la derrota al comienzo de estas líneas, es decir puede no lograr el control de las dos Cámaras o – lográndolo – puede no conseguir un acuerdo programático eficaz. En ese caso, se abren para el país perspectivas terribles, pues un triunfo de la naturaleza del descripto obligará a los Kirchner a “chavizar” su poder, es decir a apoyarse en las masas desposeídas que ellos mismos han contribuido a crear con su absurda política económica. Conviene mirar a Venezuela y temblar. Dios nos ampare.
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