por el Dr. José F. Acedo Castilla
Tomado de Razón Española
I. INTRODUCCION
i «el fin es regla de todo lo demás» resulta inconcuso que para determinar la forma más adecuada de la representación política procede examinar su fin propio. Para los griegos, el Estado era fin en sí mismo y origen de todo Derecho: el Estado no era para los hombres, sino el hombre para el Estado. Esta idea se encuentra en Platón, e incluso en Aristóteles (cap. IV, V y VII del libro III y cap. II del libro IV de La Política). La filosofía cristiana, por el contrario (Santo Tomás: De regimene principum, Libro I, cap. XV), compendia los fines del Estado en dos palabras: justicia y amor, es decir, protección y tutela del derecho de todos y cada uno de los miembros del cuerpo social, y estudio y solicitud del bien común.
Partiendo de la doctrina tomista, el pensador tradicionalista Ortí y Lara (1), afirmaba que los fines de la sociedad política eran la tutela del orden jurídico y la promoción del bien común, consistente, según Balmes (2), en lograr «la mayor inteligencia posible para el mayor número posible; la mayor moralidad posible para el mayor número posible; el mayor bienestar posible para el mayor número posible». La concepción tradicional busca a través de la sociedad la armonía entre el individuo y el Estado, en oposición al totalitarismo, que lo reduce todo al Estado, absorbiendo al individuo y a la sociedad, y en contraste con el liberalismo, para quien el individuo lo es todo, desconociendo a la sociedad orgánica.
Por orden natural, antes que la sociedad política, existen otras sociedades que son elementos constitutivos, lo que como dijo Enrique Gil Robles (3) sirve para dar a la sociedad índole orgánica. Algunas provienen directamente del Derecho natural como la familia; otras son el resultado de la historia de los pueblos. A veces poseen vida pública; otras se reducen a la esfera de lo privado. En ocasiones se bastan a sí mismas, requiriendo apenas tutela y coordinación con las vecinas, como la ciudad; no faltan las que actúan al par del Estado, pero con superiores miras, como la Iglesia. Pero todas gozan de existencia independiente según sus calidades, cumplen sus fines y se hallan dotadas de poderes que las capacitan para realizarlos, poderes que en su conjunto reciben el nombre de autarquía, palabra que -según Mella (4)-, se basa en lo que Aristóteles expresaba en La Política: "el derecho a dirigirse a sí mismo interiormente, sin excluir la jerarquía, impidiendo que entre la acción de una persona, sea individual o social, y su fin, se interponga otra que quiera hacer lo que ella misma quiera y pueda realizar sin intervención extraña para cumplir su destino".
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