por D. Gonzalo Fernández de la Mora
Tomado de Razón Española
n la segunda mitad del siglo XVIII, la idea de «progreso» ascendió al primer plano de la filosofía de la Historia y figuró en los títulos de libros famosos como el de Turgot y, sobre todo, el de Condorcet. Significaba el proceso de perfeccionamiento y mejora del género humano, supuestamente indefinido. Del sustantivo se derivó el término político «progresismo», que hicieron suyo los protagonistas y los epígonos de la revolución francesa. A partir de entonces, las izquierdas se consideraron como encarnaciones del progresismo. En el siglo XX, el marxismo y sus realizaciones del socialismo real trataron de monopolizar el progresismo. Así es como la URSS se autodenominó la avanzada de los pueblos progresistas, y su líder, Stalin, el abanderado del progresismo. En las postrimerías soviéticas, el eufemístico vocablo «progresismo» casi sustituyó al de «comunismo». Además de un término propagandístico ¿cuál era su contenido doctrinal?
En el siglo XIX la sustancia ideológica del progresismo era la concepción del mundo de la revolución francesa y, después, el liberalismo. Pero en el siglo XX los liberales se opusieron al comunismo, y éste se vengó identificándose con el progresismo que, de este modo, se convirtió en sinónimo de la concepción marxista del mundo, que entrañaba un método, una sociología, una economía y una interpretación de la Historia. Hasta el hundimiento de la URSS, la ecuación semántica era progresismo=marxismo. Y no deja de ser sumamente cínico que se presentaran como causas de progreso, una filosofía que ha producido degradación, una teoría económica que ha ocasionado miseria, y una forma política inseparable de la tiranía.
Al derrumbarse el marxismo por inconsistencia teórica y fracaso práctico, los autodenominados progresistas tuvieron que iniciar un camino de adelgazamiento conceptual a causa de la pérdida de la concepción marxista del mundo. Poco antes del desplome, los socialdemócratas o socialistas de rostro humano se arrogaron el «verdadero» progresismo. Del bagaje marxista sólo les quedaba el modelo de economía estatalizada. Pero cuando en los años sesenta el Partido Socialista alemán, y luego los de otros países, fueron adoptando el modelo económico de mercado y propiedad privada de los medios de producción, ¿a qué se redujo un progresismo, aligerado del marxismo y de la economía centralizada? El proceso de adelgazamiento llegó así a un punto de raquitismo intelectual verdaderamente grave.
Aunque con retraso, ese proceso de desustanciación doctrinal también lo fueron padeciendo las izquierdas políticas españolas. Al final, incluso lo aceleraron, porque el Psoe, desde que asumió el poder en 1982, introdujo a la sociedad española en el modelo económico más capitalista de toda la historia nacional.
¿A qué últimas y desesperadas posiciones se retiran hoy nuestros progresistas? Desde luego, a un atuendo astroso; pero eso no es una concepción del mundo, es una simple moda feísta y tan poco filosófica como las formas de maquillaje y vestimenta. Sin marxismo ni estatismo, ¿qué alberga una mente progresista? Pues alberga el último recuelo del stalinismo, un anti norteamericanismo visceral. La ecuación política vigente es progresismo=antinorteamericanismo. ¿Puede tal ecuación ser calificada de progresista? En modo alguno.
Los Estados Unidos, aunque alejados de una perfección ideal, son la sociedad más desarrollada del planeta, la de más oportunidades, la más abierta, la que produce la mayor parte de los avances científicos y técnicos, y la que ha intervenido como gendarme para desarticular al terror soviético y, últimamente, al iraquí y al talibán, ambos, símbolos del reaccionarismo histórico más retrógrado. De hecho, antinorteamericanismo es hoy sinónimo de regresión y retroceso. Con ocasión de la guerra de Afganistán se ha visto a los «progres» lanzar alfilerazos a los EE.UU., cuando no piropos al fanatismo y al horror talibánes. Se han convertido en «progresistas retro», si tal paradoja semántica es admisible.
En la Universidad Autónoma de Madrid, unos pocos criptomarxistas han reclutado a unos cuantos estudiantes despistados en la «Sociedad Carlos», que parece el nombre de un coro rock, pero que no lo es, puesto que el tal Carlos es Karl Marx. Los miembros de esta entidad se consideran los progresistas de hoy. Más que cómico, es patético.
La raquitización y vaciamiento del progresismo lo ha reducido a casi nada; sus adictos se han hecho viajeros en el túnel del tiempo hacia lo peor del pasado próximo. Carlos Marx ya está en el desván de los saberes como una curiosidad erudita, y en el archivo de la Historia como un cáncer social; pero para unos pocos retroprogresistas es una rancia droga que, como todas, los va convirtiendo en nulidades mentales.
Vaciado de contenido conceptual, el progresismo ni siquiera es nihilismo, es una mueca.
En el siglo XIX la sustancia ideológica del progresismo era la concepción del mundo de la revolución francesa y, después, el liberalismo. Pero en el siglo XX los liberales se opusieron al comunismo, y éste se vengó identificándose con el progresismo que, de este modo, se convirtió en sinónimo de la concepción marxista del mundo, que entrañaba un método, una sociología, una economía y una interpretación de la Historia. Hasta el hundimiento de la URSS, la ecuación semántica era progresismo=marxismo. Y no deja de ser sumamente cínico que se presentaran como causas de progreso, una filosofía que ha producido degradación, una teoría económica que ha ocasionado miseria, y una forma política inseparable de la tiranía.
Al derrumbarse el marxismo por inconsistencia teórica y fracaso práctico, los autodenominados progresistas tuvieron que iniciar un camino de adelgazamiento conceptual a causa de la pérdida de la concepción marxista del mundo. Poco antes del desplome, los socialdemócratas o socialistas de rostro humano se arrogaron el «verdadero» progresismo. Del bagaje marxista sólo les quedaba el modelo de economía estatalizada. Pero cuando en los años sesenta el Partido Socialista alemán, y luego los de otros países, fueron adoptando el modelo económico de mercado y propiedad privada de los medios de producción, ¿a qué se redujo un progresismo, aligerado del marxismo y de la economía centralizada? El proceso de adelgazamiento llegó así a un punto de raquitismo intelectual verdaderamente grave.
Aunque con retraso, ese proceso de desustanciación doctrinal también lo fueron padeciendo las izquierdas políticas españolas. Al final, incluso lo aceleraron, porque el Psoe, desde que asumió el poder en 1982, introdujo a la sociedad española en el modelo económico más capitalista de toda la historia nacional.
¿A qué últimas y desesperadas posiciones se retiran hoy nuestros progresistas? Desde luego, a un atuendo astroso; pero eso no es una concepción del mundo, es una simple moda feísta y tan poco filosófica como las formas de maquillaje y vestimenta. Sin marxismo ni estatismo, ¿qué alberga una mente progresista? Pues alberga el último recuelo del stalinismo, un anti norteamericanismo visceral. La ecuación política vigente es progresismo=antinorteamericanismo. ¿Puede tal ecuación ser calificada de progresista? En modo alguno.
Los Estados Unidos, aunque alejados de una perfección ideal, son la sociedad más desarrollada del planeta, la de más oportunidades, la más abierta, la que produce la mayor parte de los avances científicos y técnicos, y la que ha intervenido como gendarme para desarticular al terror soviético y, últimamente, al iraquí y al talibán, ambos, símbolos del reaccionarismo histórico más retrógrado. De hecho, antinorteamericanismo es hoy sinónimo de regresión y retroceso. Con ocasión de la guerra de Afganistán se ha visto a los «progres» lanzar alfilerazos a los EE.UU., cuando no piropos al fanatismo y al horror talibánes. Se han convertido en «progresistas retro», si tal paradoja semántica es admisible.
En la Universidad Autónoma de Madrid, unos pocos criptomarxistas han reclutado a unos cuantos estudiantes despistados en la «Sociedad Carlos», que parece el nombre de un coro rock, pero que no lo es, puesto que el tal Carlos es Karl Marx. Los miembros de esta entidad se consideran los progresistas de hoy. Más que cómico, es patético.
La raquitización y vaciamiento del progresismo lo ha reducido a casi nada; sus adictos se han hecho viajeros en el túnel del tiempo hacia lo peor del pasado próximo. Carlos Marx ya está en el desván de los saberes como una curiosidad erudita, y en el archivo de la Historia como un cáncer social; pero para unos pocos retroprogresistas es una rancia droga que, como todas, los va convirtiendo en nulidades mentales.
Vaciado de contenido conceptual, el progresismo ni siquiera es nihilismo, es una mueca.
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