por Giovanni Guareschi
–¿Aquí, en el baluarte rojo, se podrá permitir una provocación semejante? – gritó – ¡Ya veremos quién manda aquí!
Convocó a su estado mayor y el suceso inaudito fue estudiado y analizado. La proposición de incendiar inmediatamente el comité del Partido Liberal quedó descartada. La de impedir la reunión también fue rechazada.
–¡Vean las insidias de la democracia! – concluyó Peppone. – ¡Que el primer atorrante pueda permitirse el lujo de hablar en una plaza pública!
Decidieron permanecer en el orden y la legalidad: movilización general de todas las fuerzas, organización de escuadras de vigilancia para evitar celadas; ocupar los puntos estratégicos, custodiar el comité y alistar los mensajeros para pedir refuerzos en las fracciones vecinas.
–El hecho de realizar un mitin aquí demuestra que están seguros de arrollarnos – dijo. – De todos modos no nos tomarán desprevenidos.
Los vigías apostados a lo largo de las calles de acceso al pueblo debían comunicar cualquier movimiento sospechoso. Entraron en servicio desde la mañana del sábado, pero durante el día no se vio ni un gato.
Por la noche el Flaco avistó a un ciclista sospechoso, que luego resultó ser un borracho normal. El mitin debía efectuarse la tarde del domingo y hasta las 15 no se vio a nadie.
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