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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

30 de abril de 2009

Prometeo desencadenado o la ideología moderna (3)







por el Dr. Enrique Díaz Araujo




Tomado de La Enciclopedia y el Enciclopedismo
Ediciones OIKOS, Buenos Aires, 1983






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n punto en que vienen a coincidir la mayoría de los iluministas es el de la negación del patriotismo natural. Montesquieu dirá: "Me considero hombre antes que francés porque soy necesariamente hombre, mientras que nací francés por azar", como si el patriotismo no fuera una virtud que nace de la misma naturaleza humana. La voluntariedad o electividad de las patrias es para olio» ruo.süón decidida. De ahí que Voltaire exprese: "Se tiene una patria cuando se tiene un buen rey, pero no bajo uno malo". En todo caso, el "buen rey" sería aquel que se dedicara a disminuir la extensión territorial de su reino, ya que "cuando más grande se va haciendo esta patria, menos amor se siente por ella; porque el amor compartido se va debilitando. Es imposible amar tiernamente a una familia demasiado numerosa y que apenas se conoce". "Ya no hay patria", añadirá Diderot, adelantando el célebre aforismo marxista de que "los proletarios no tienen patria". Resumiendo la posición común, Fougeret de Monbron, en su libro Cosmopolita (1753), rescató, para el siglo XVIII, el lema: "Mi patria es dondequiera que me encuentro a gusto"; y todos ellos —con la sola excepción de Rousseau— apoyaron la destrucción de Polonia por Federico II, el déspota "ilustrado"(39).

Estos son, pues, los philosophes del Iluminismo. Su filosofía fue como ellos: paupérrima. Los hemos venido llamando "racionalistas", por un convencionalismo usual en las ciencias políticas, aunque el término en estricto sentido filosófico no les corresponde. El genuino "racionalismo" es el del siglo xvn, el del criticismo y matematicismo metódico de Descartes, del ocasionalismo de Malebranche, de la armonía preestablecida de Leibniz, del paralelismo de Spinoza. Es decir, en términos generales, los propiciadores del método crítico-deductivo. Nuestros personajes del siglo siguiente, que no alcanzan estatura filosófica, son más bien seguidores del "empirismo" de la escuela inglesa, la de Hobbes, Locke, Berkeley, Hume, etc., sensistas, utilitaristas, inductivistas que prefieren el método de la ciencia física marcado por Newton y Bacon, al de las matemáticas, para incursionar en el campo de la filosofía. En lo que coincidían estas dos corrientes "modernas" era en el abandono del método propio del saber filosófico, el del intelecto realista. Mas los "ilustrados" no quisieron identificarse así como así con la escuela inglesa, y por eso es que practicaron una especie de "empirismo ecléctico", que se jacta de su apego a las sensaciones, pero como éste es un concepto apriorístico que les sirve para construir, por deducción, una serie interminable de ideas abstractas, no se puede decir, con precisión, que hayan sido racionalistas o empiristas. En cierto sentido estarán más cerca de su sucesor, Emmanuel Kant, con su empirio-criticismo, aunque ellos no hayan ni atisbado las complejidades y sutilezas del mecanismo ideado por el pensador germano. Paul Hazard ha tratado de poner algo de luz en este iluminismo tenebroso. Explica él que "en el interior mismo de la filosofía de las luces se da una disarmonía esencial, pues esta filosofía fundió en una sola doctrina el empirismo, el cartesianismo, el leibnizianismo y el spinozismo por añadidura. No imaginamos por gusto un pensamiento que diríamos que era del siglo y que cargaríamos de esas incoherencias. Son los filósofos mismos los que se han jactado de ser eclécticos". "Amigo mío —escribe Voltaire—, yo siempre he sido ecléctico; he tomado en todas las sectas lo que me ha parecido más verosímil". Y la Enciclopedia: "Eclecticismo. El ecléctico es un filósofo que, pisoteando el prejuicio, la tradición, la antigüedad, el consentimiento universal, la autoridad, en una palabra, todo lo que subyuga al vulgo de los espíritus, se atreve a pensar por sí mismo, a remontarse a los principios generales más claros, examinarlos, discutirlos, no admitir nada sino por el testimonio de su experiencia y de su razón; y, de todas las filosofías que ha examinado sin miramiento y sin parcialidad, hacerse una particular y doméstica que le pertenezca". "He aquí —concluye Hazard— por qué Europa, para poner orden en la teoría del conocimiento, tenía necesidad de Kant"(40). Esa es la "filosofía" doméstica y casera de los pensadores de la Ilustración.

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