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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

10 de marzo de 2009

10 de Marzo, Festividad de los 40 mártires de Sebaste







a época de las sangrientas persecuciones tocaba a su fin y alboreaba para el cristianismo un período de relativa paz dentro del vasto Imperio romano. En efecto, a principios del año 312 los emperadores Constantino y Licinio publicaron conjuntamente un edicto favorable a los cristianos. Su enemigo Majencio fue derrotado por Constantino, el 28 de octubre del mismo año, cerca del puente Milvio. Con ello quedó Constantino único emperador de Occidente, pactando con Licinio, su asociado en el Imperio y soberano de Oriente, al cual dio a su hermana Constancia en matrimonio. Todo inducía a creer que las persecuciones contra la Iglesia se habían conjurado definitivamente. Constantino mostrábase cada día más propicio a los cristianos, a medida que se familiarizaba con ellos e intimaba con los obispos. Licinio, aunque pagano, quiso que la lucha que sostuvo en Oriente contra Maximino Daia tuviera el carácter de conflicto armado entre el cristianismo y el paganismo. Pero al ser vencido Daia y quedar Licinio dueño del campo, el ambicioso emperador se quitó la máscara, según frase de Eusebio (Vita Constantini 1.4 c.22), e inició una satánica persecución contra los cristianos sujetos a su mandato.

Un edicto imperial mandaba que los oficiales del ejercito que rehusaran sacrificar a los dioses fueran degradados y juzgados como traidores al Imperio. A los soldados se les amenazó con un lento martirio en caso de mostrarse contumaces. Debían ser muchos los cristianos enrolados en el ejército de Licinio, ya que la Iglesia tenía mucho interés en que hubiera gran número de ellos ejerciendo esta profesión, como lo prueba el canon tercero del concilio de Arles (314), al dictar sentencia de excomunión contra los que abandonaran la carrera militar en tiempos de paz. Pero mientras Constantino se apoyaba preferentemente sobre tropas cristianas, Licinio quiso eliminarlas de su ejército.

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