por el R.P. Alfredo Sáenz, S.J.
Ediciones Excalibur, Buenos Aires, 1982
II. LAS ORDENES MILITARES
un cuando este ensayo se limita al análisis de la Caballería en general, no parece posible eludir el tema de las Ordenes Militares.
La aparición de tales Ordenes constituye una demostración palmaria de la espiritualidad ascética y monástica que fue penetrando progresivamente todos los estamentos de la sociedad europea, sobre todo a partir del siglo XI, y con más fuerza desda San Bernardo, monje y santo, quien escribió su célebre epístola Ad milites Templi, carta constitucional de los Caballeros del Temple.
Los caballeros de las Ordenes Militares eran una rara mezcla de soldados y monjes. Tales caballeros abrazaban una determinada Regla monástica no para retirarse a la soledad, sino para mejor cumplir su ideal caballeresco. Eran, ante todo, verdaderos monjes. Bajo una regla, aprobada por la Santa Sede, hacían los tres votos religiosos a los cuales solían añadir un cuarto voto de consagrarse enteramente a la guerra contra los infieles. Y simultáneamente eran soldados, formaban un ejército permanente, dispuesto a entrar en batalla dondequiera surgiese una amenaza de parte de los enemigos de la religión cristiana. Estas Ordenes constituyen como una sacramentalización de la Caballería, su sacralización. Acaso ninguna edad histórica haya producido un símbolo tan expresivo y adecuado de su propio espíritu.
Las Ordenes Militares incluían generalmente tres clases de miembros: los sacerdotes, que vivían en los conventos de la propia Orden; los caballeros nobles, que se dedicaban a la guerra y con frecuencia llevaban vida de campaña; y los sirvientes, hermanos legos que ayudaban a los caballeros en el servicio de las armas o bien a los sacerdotes en los oficios domésticos. Todos llevaban una gran cruz bordada sobre la túnica y los caballeros también en el manto.
El origen de las Ordenes Militares está en las Cruzadas, sin las cuales difícilmente hubieran surgido. Con todo, hay que notar que la mayor parte de ellas nació con fines no estrictamente militares o guerreros, sino más bien caritativos y benéficos, para custodiar los caminos, dar morada a los peregrinos, etc. Pero muy pronto se advirtió la necesidad ineludible del recurso a las armas.
Hoy sin duda resulta chocante a más de uno la idea de "un monje que combate". Santo Tomás se adelanta a esta dificultad, preguntándose en la Suma Teológica "si puede alguna orden religiosa tener por objeto la vida militar". Y responde: "Hemos dicho que se puede fundar una orden dedicada no sólo a las obras de la vida contemplativa, sino a las de la vida activa, en lo que tienen de servicio del prójimo y amor de Dios y no en lo que se refiere a negocios humanos. Ahora bien, el oficio militar puede estar ordenado al servicio del prójimo, y no sólo en orden a las personas privadas, sino también para defensa de todo el estado. Por eso se dijo de Judas Macabeo que 'combatía con alegría en las batallas de Israel y aumentó la gloria de su pueblo'. Puede, además, estar ordenado a conservar el culto divino, por lo que se lee que dijo el mismo Judas Macabeo: 'Luchamos por nuestras vidas y nuestras leyes'. Y Simón dijo a su vez: 'Sabéis cuánto hemos luchado yo y mis hermanos y la casa de mi padre por nuestra ley y nuestras cosas santas'. Luego muy bien puede fundarse una orden religiosa para la vida militar, no con un fin temporal, sino para la defensa del culto divino, del bien público o de los pobres y de los oprimidos, según el mandato del Salmo: 'Salvad al pobre, librad al indigente de las manos del pecador'" (16).
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