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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

8 de marzo de 2009

8 de Marzo, Festividad de San Juan de Dios, Confesor





ue sin arrebatos de divina locura no se puede llegar a la santidad, es evidente. Los cuerdos, según el mundo, jamás llegarán a la santidad heroica. La vida sin complicaciones, sin exabruptos de generosidad, la vida atiborrada de cálculos egoístas —burguesa—, se opone diametralmente a la de los santos. No hay compatibilidad entre los santos y los que jamás abandonan sus cómodas casillas; lo mismo que no la hay entre el volcán y la llanura esteparia, ni entre los héroes —hombres de arranques— y los adocenados.Se explica que los santos tengan que ser locos, locos de remate, para el mundo. Porque ¿no es la doctrina evangélica la más disparatada locura de tejas abajo y la sabiduría más sublime para los que están tocados de Dios? Los santos —como los genios o los héroes— rompen moldes, los moldes de la vulgar ramplonería humana, y por eso chocan con la realidad monótona. Tienen dinamita en el alma y su generosidad les hace estallar hacia lo imprevisto e inédito.Pero, ¿qué hacen sino seguir las huellas de Aquel que dio en la cresta a la sabihonda cordura humana, provocando ante la humanidad el más sonado de los escándalos: el de su muerte en una cruz? No cabe duda, con este hecho comenzó la era de la locura. ¡Bienvenida! En pos de Él siguieron legiones de "chiflados": los que se dejaron descabezar por amor de Dios, los que abandonaron su patria —¡con lo bien que se está en casita!— para difundir el Evangelio entre caníbales, los que maltrataron sus cuerpos hasta convertirlos en piltrafas humanas, los que se abrazaron a los apestados —¡uf, qué asco!-, los que dijeron mil veces no cuanto todos dicen sí, y sí cuando la mayoría dice no...Ahondad en la vida de los santos y veréis cómo, bajo las apariencias más normales, existe el contagio. Todos están tocados por la locura de la cruz.San Juan de Dios fue uno de esos locos. La venada le dio fuerte. Lo vais a ver.Era el día de San Sebastián de 1537. En la histórica ermita del Santo de la ciudad de Granada predicaba el Beato Maestro Juan de Avila, que, cual otro Pablo de Tarso, se había hecho célebre por sus infatigables correrías apostólicas por Andalucía. Durante su sermón, atacó duramente contra los vicios y predicó sobre las virtudes y el amor de Dios.Un hombre de cuarenta y dos años le escuchaba absorto sin perder sílaba. Era conocido en la ciudad por su tenderete de libros, y en toda la comarca, porque lo veían con frecuencia vendiendo libros, estampas e imágenes por los pueblos.De repente se oyó un grito en la pequeña ermita abarrotada de fieles: "¡Misericordia, Señor!" Todos quedaron pasmados ante el hombre que había gritado, y mucho más cuando le vieron darse cabezadas en el suelo, mesarse las barbas y cejas y dar muestras de un profundo dolor y pesar de sus pecados.
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