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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

14 de marzo de 2009

La nueva Teología: Entre Angeles y Demonios




por el R.P. Jesús Mestre, FSSPX


Visto y Tomado de La Puerta Angosta






ablar de la nueva liturgia es hablar de un mundo completamente distinto al de la liturgia tradicional.
En efecto, por obra del Concilio Vaticano y de su decreto "Sacrosanctum Concilium" se llevó a cabo una reforma total del patrimonio multisecular de la Iglesia en el culto divino. Según Annibale Bugnini —director de orquesta" de toda esta reforma— se trata de la "reforma litúrgica más vasta que jamás se recuerde en la historia multisecular de la Iglesia. Según él, había que aplicar a toda la liturgia un nuevo concepto, hasta ese momento desconocido —el "Misterio Pascual"— y de reformar a través suyo todas estas cosas. Este "experto en liturgia" pretendía que este concepto novedoso era en realidad un concepto muy antiguo: "Toda la liturgia —decía— no es otra cosa que la celebración (...) del misterio Pascual"." Pero, menudo problema, durante siglos se había ignorado en la liturgia católica sin saber muy bien por qué [la liturgia] "es una pedagogía divina, alterada en el curso de los siglos y llegada hasta nosotros mutilada, deformada y osificada". Ahora bien, esta neo teología del "Misterio Pascual" no es sino una deformación protestantizada del misterio de la Redención de Cristo. Según esta novedad del "Misterio Pascual", ya no se trata ni en la Misa ni en los sacramentos de aplicar a las almas las gracias obtenidas por Nuestro Señor Jesucristo con su sacrificio de la Cruz, sino de hacer memoria de esos actos salvíficos de Cristo. Lo que importa ahora en todo acto litúrgico es el aspecto conmemorativo y celebrativo; la comunidad, la experiencia y la vivencia, el contacto con lo divino... Eso iba "a cambiar radicalmente la faz de las asambleas litúrgicas tradicionales". Aparece, pues, una nueva concepción de la liturgia, que no se vive como una aplicación de la Redención, sino más bien como una liturgia de los que ya están salvados — la del "pueblo redimido" (Memento de la Plegaria Eucarística). En lugar de aplicar las satisfacciones y los méritos que Cristo adquirió en su sacrificio redentor, es todo un pueblo —"la nación santa, el pueblo adquirido de Dios, el sacerdocio real"— que, en la acción de gracias celebra una Redención ya plenamente cumplida. Todas estas extrañas concepciones repercuten en el culto de los Santos Ángeles. Se produce una neta atenuación de todo aspecto combativo: contra el pecado, el demonio y contra el mundo. En 1969, antes aún de la nueva misa, la reforma del año litúrgico que reduce a una sola las tres fiestas de los Arcángeles Gabriel (24 de marzo), Rafael (24 de octubre) y Miguel (29 de septiembre) y que deja en simple memoria la de los Ángeles de la Guarda (2 de octubre), se titula (¿casualmente?): Mysterii paschalis celebrationem. Aunque se han guardado en general los textos de la antigua liturgia del 29 de septiembre, se evitan todos los textos demasiado combativos, como los que se rezan en el himno de vísperas: "Él [San Miguel] es quien precipita a lo profundo del infierno al cruel Dragón y, armado del rayo, echa de la ciudad al impío jefe con sus ángeles rebeldes. Contra el orgulloso Satán, obedezcamos a las órdenes de este príncipe del cielo, para recibir desde el trono del Cordero la corona de gloria". En el Sanctus de la Misa, desaparece igualmente de todas las traducciones oficiales el "Dios de los Ejércitos celestiales" tal como lo había anunciado el Profeta Isaías (cap. 6, vers. 1-3: Deus Sabaoth) para convertirse en el "Dios del Universo". Pero donde más aparece este pacifismo en la nueva liturgia de la nación santa, el pueblo adquirido de Dios "noción más propia de la Iglesia triunfante que de la militante" es la tregua contra los ángeles caídos, los demonios. La Iglesia tuvo siempre extremado cuidado en expulsar al demonio con los exorcismos, principalmente en la ceremonia del bautismo. De tres exorcismos se ha pasado a uno solo, y éste mismo transformado en simple peroración: "Dios todopoderoso y eterno, que has enviado tu Hijo al mundo para librarnos del dominio de Satanás, espíritu del mal y llevarnos así, arrancados de las tinieblas, al reino de tu luz admirable, te pedimos que estos niños, lavados del pecado original, sean templo tuyo y que el Espíritu Santo habite en ellos".
Qué distinto de los exorcismos tradicionales, auténticas oraciones imperativas —con el poder de que goza la Iglesia, Esposa de Cristo— contra el demonio!: "Retírate de él —dice el primero— espíritu inmundo, y cede el lugar al Espíritu Santo Paráclito"; "Yo te exorcizo espíritu inmundo — dice el segundo— en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, para que salgas y te apartes de este siervo de Dios. Te lo manda, maldito condenado, aquél mismo que caminó sobre el mar y alargó la diestra a Pedro, que se hundía. Reconoce, pues, maldito demonio, tu sentencia, da honor al Dios vivo y verdadero, da honor a Jesucristo, su Hijo y al Espíritu Santo, y aléjate de este siervo de Dios, porque Jesucristo, Dios y Señor nuestro, se ha dignado llamarle a su santa gracia y bendición y a la fuente del Bautismo"; "Yo te conjuro —dice el tercero— espíritu inmundo en nombre de Dios Padre omnipotente y en nombre de Jesucristo, su Hijo, Señor y juez nuestro, y por la virtud del Espíritu Santo, que te vayas de esta criatura de Dios, a la que Nuestro Señor se ha dignado llamar a su santa casa, para que se convierta en templo de Dios vivo, y habite en él el Espíritu Santo".
El rito tradicional tiene realmente en cuenta la advertencia de San Pedro que cada día se reza en las Completas del Breviario (también suprimida en la "Liturgia de las Horas"): "Sed sobrios y velad, porque vuestro enemigo el diablo anda alrededor como león rugiente busceuido a quién devorar" (I Pedro, 5, 8); la vida cristiana se presenta así como una lucha continua, no sólo contra el mundo y la carne, sino también contra el demonio y su criminal influencia. En este mismo sentido también se ha suprimido el exorcismo con que la liturgia tradicional empieza el rito de la Extremaunción: "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, se apague en ti toda influencia del demonio, por la imposición de nuestras manos y por la invocación de la gloriosa y Santísima Virgen María, Madre de Dios, de su ilustre esposo San José, de todos los ángeles, arcángeles, patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, confesores, vírgenes y de la gran comunidad de los Santos".
Los inventores de la nueva liturgia, siguiendo las pautas dejadas por sus "expertos", fueron sacando a la luz paulatinamente los distintos libros litúrgicos, hasta la edición hace dos años del nuevo ritual de exorcismos. En 1990 el gran exorcista de Roma, el Padre Gabrielle Amorth, se extrañaba de que todavía no se había adaptado el ritual de exorcismos a las nuevas normas conciliares: pero una vez hecho el trabajo "light" de revisión, el mismo Padre Amorth sintió tal aversión por las nuevas fórmulas que pidió la autorización para que se pueda seguir usando el ritual tradicional.
Podemos pensar que este espíritu ecumenis-toide con el demonio se tradujo igualmente en la supresión de la oración a San Miguel Arcángel que en la liturgia tradicional se dice después de la Misa rezada, oración que sabemos introdujo León XII presintiendo el odio del demonio en estos últimos tiempos. Más tarde, esta oración fue ratificada por Pío XI (en 1930) y Pío XII (en 1952) con la intención especial de impetrar la conversión de Rusia y la protección contra el movimiento de la impiedad. Esta oración manifiesta con toda claridad el espíritu que se ha eliminado de la nueva liturgia: la lucha encarnizada de los ángeles caídos y la defensa admirable de los Santos Ángeles sobre la Iglesia de Cristo. "San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla y sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes; y tú, Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno con el Divino Poder a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas". Nada de pacifismos, "porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso y contra los Espíritus del mal que están en las alturas" (Efesios, 6, 12).
"El humo ha entrado a todas partes. ¡A todas partes! Quizá fuimos excluidos de la audiencia del Papa, porque tenían miedo de que tantos exorcistas consiguieran expulsar a las legiones de demonios que se han instalado en el Vaticano" (Gabrielle Amorth, sacerdote, teólogo y exorcista, junio 2001)

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