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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

28 de noviembre de 2008

Herejes (17)


por Gilbert K. Chesterton




Capítulo XVII

El ingenio de Whistler


Ese escritor capaz e ingenioso que es Arthur Symons ha incluido en un ensayo de reciente publicación, creo, una apología de London Nights [«Noches de Londres»], en la que afirma que la moralidad debería estar totalmente supeditada al arte en la crítica, y para justificarlo recurre al singular argumento de que el arte, o el culto a la belleza, es el mismo en todas las épocas, mientras que la moral difiere según los periodos y los ámbitos. Parece, además, desafiar a sus críticos y a sus lectores a que mencionen algún rasgo o cualidad permanente en la ética.

Se trata, ciertamente, de un ejemplo muy curioso de ese extravagante sesgo contra la moralidad que convierte a tantos estetas ultramodernos en personajes más enfermizos y fanáticos que cualquier eremita levantino.

Constituye, sin duda, una expresión muy corriente del intelectualismo moderno afirmar que la moralidad de una época puede ser totalmente distinta a la de otra. Y, como muchas otras grandes frases del intelectualismo moderno, no significa, literalmente, nada en absoluto. Si las dos moralidades son totalmente distintas, ¿por qué llamar «moralidades» a ambas? Es como si un hombre dijera: «Los camellos de diversos lugares son totalmente distintos; algunos tienen seis patas, otros ninguna; algunos tienen escamas, otros plumas, otros cuernos; algunos tienen alas, otros son verdes, otros triangulares. No tienen nada en común». Ante una afirmación tal, cualquier hombre sensato replicaría: «Entonces, ¿qué te lleva a llamarlos a todos “camellos”? ¿Cómo distingues a un camello cuando lo ves?». La moralidad cuenta siempre, claro está, con una substancia permanente, lo mismo que hay una substancia permanente en el arte; afirmar esto es sólo afirmar que la moralidad es moralidad, y que el arte es arte. Un crítico de arte ideal sabría reconocer sin vacilar la belleza común tras cada escuela; del mismo modo, el moralista ideal sabría reconocer la ética común tras cada código. Pero en la práctica, algunos de los mejores ingleses de otrora no han sabido ver más que suciedad e idolatría en la piedad estelar de los brahmanes. Y es igualmente cierto que, en la práctica, el mejor grupo de artistas que tuvo el mundo – los gigantes del Renacimiento –, no supo ver más que barbarismo en la energía etérea del gótico.

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