por Don Columba Marmion
Extracto de su libro Jesucristo, Vida del Alma, publicado por la Fundación Gratis Date
Hablando de las virtudes teologales, que forman el séquito de la gracia santificante y son como las fuentes de la actividad sobrenatural en los hijos de Dios, dice San Pablo que «en esta vida perduran tres virtudes: fe, esperanza y caridad»; mas la caridad, añade, es la más excelente de todas (ib. 18,13). ¿Por qué razón? Porque al llegar al cielo, término de nuestra adopción, la fe en Dios truécase en visión de Dios, la esperanza se desvanece con la posesión de Dios, pero el amor permanece y nos une a Dios para siempre.
Ved ahí en qué consiste la glorificación que nos espera, la bienaventuranza de que gozaremos: veremos a Dios, amaremos a Dios, gozaremos de Dios; esos actos constituyen la Vida eterna, la participación asegurada y completa de la vida misma de Dios; de ahí nace la bienaventuranza del alma, bienaventuranza de que participará también el cuerpo después de la resurrección.
En el cielo veremos a Dios.- Ver a Dios como El se ve es el primer elemento de esa participación de la naturaleza divina que constituye la vida bienaventurada; es el primer acto vital en la gloria. En la tierra, dice San Pablo, no conocemos a Dios más que por la fe, de manera oscura; pero entonces veremos a Dios cara a cara: «Ahora, dice, no conozco a Dios sino de un modo imperfecto; mas entonces le conoceré como El mismo me conoce a mí» (ib. 13,12). No podemos ahora conocer lo que es en sí misma esa visión; pero el alma será fortalecida con la «luz de la gloria», que no es otra cosa que la gracia misma floreciendo en el cielo. Veremos a Dios con todas sus perfecciones; o mejor dicho, veremos que todas sus perfecciones se reducen a una perfección infinita, que es la Divinidad; contemplaremos la vida íntima de Dios; entraremos, como dice San Juan, «en sociedad con la santa y adorable Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo» la; contemplaremos la plenitud del Ser, la plenitud de toda verdad, de toda santidad, de toda hermosura, de toda bondad.- Contemplaremos, por siempre jamás, la humanidad del Verbo; veremos a Cristo Jesús, en quien el Padre puso sus complacencias; veremos al que quiso ser nuestro «hermano mayor», contemplaremos los rasgos, para siempre gloriosos, de Aquel que nos libró de la muerte por medio, de su cruenta Pasión y nos alcanzó el poder vivir esa vida inmortal. A El cantaremos reconocidos el himno del agradecimiento: «Con tu sangre, Señor, nos has rescatado; nos hiciste reinar con Dios en su reino; a Ti sea honra y gloria» (Ap 5,9,10 y 13). Veremos a la Virgen María, a los coros de los ángeles, a toda esa muchedumbre de escogidos, incontable, según dice San Juan, que rodea el trono de Dios.
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