por Ismael Medina
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Se nos abruma con explicaciones muy variadas sobre las causas de la recesión económica mundial, superpuesta a las peculiares de unas u otras naciones que la agravan. Ni tan siquiera los economistas se ponen de acuerdo pese a que tantos de ellos son reputados forenses de lo pasado. Vienen a decirnos a la postre algo que la historia de los pueblos y de las civilizaciones descubre a quienes la transitan con los ojos abiertos: que se reiteran desde la antigüedad y que la codicia es uno de sus componentes.
Los políticos siempre quieren más poder, sea cual sea la forma de Estado a que se acogen y usufructúan. Acrecentar el poder y satisfacer su ego exige crecientes sumas de dinero, salvo que les frene una severa moral propia y colectiva. Los poseedores del dinero aprovechan con usura las necesidades de los políticos. E igual que ellos, siempre quieren más. Ya sentenció Adam Smith que la economía no entiende de moral. Y ahí , en el materialismo relativista, radica la clave del capitalismo liberalista y del capitalismo de Estado marxista, primos hermanos. No en vano su tronco común es iluminista.
Los anteriores y sintéticos elementos de juicio explican el pertinaz empeño de unos y otros durante los dos últimos siglos en desfondar los tradicionales valores morales de la llamada civilización occidental y sus raíces cristianas. Y sobre todo, la inquina hacia la Iglesia Católica, traducida en persecuciones brutales o tan insidiosas como las que practica en España el gobierno socialista, el cual cuenta con la pasividad suicida de una derecha contagiada de relativismo.
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