por el Dr Antonio Caponetto
Tomado del Caballero de Nuestra Señora
De tres modos diversos y complementarios, la Virgen María se presenta ligada a nosotros, a nuestras familias y a nuestras naciones. Por la creación, y a partir de la creación; por su vida terrena ejemplar; y por sus títulos sobrenaturales, que son otros tantos dogmas de nuestra Fe.
En el misterio creacional, el Dios que todo lo crea es Uno y Trino a la vez. Es, en rigor, una familia trinitaria, puesto que Dios es Padre y es Hijo, y es amor inescindible entre ambos, esto es, Espíritu Santo. Pues bien, en este instante inaugural y primero, ya estaba presente María, en tanto hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa del Espíritu Santo. Por eso ha dicho San Luis María Grignon de Montfort, que la devoción mariana “está profundamente radicada en el misterio trinitario”. No sólo lo está en el Origen. También lo estará al Final, cuando sean “renovadas todas las cosas” (Apo.21,5), ya que esa nueva creación consistirá en la reunión del mundo con la Trinidad. Si es cierto y lo es, aquello que enseñaban los Santos Padres, de que la Sagrada Familia es figura de la Santa Trinidad, y que la Sagrada Familia es modelo de todo hogar humano, pues entonces María –corazón de esa familia sacra- no puede sino presentársenos como arquetipo de amor conyugal, filial y materno. Con cuanta propiedad en consecuencia, Santo Tomás de Aquino, llamó a la Virgen,“Trono de la Beatísima Trinidad”. Ante ese Trono debemos prosternarnos, desde nuestra vida familiar y nacional.
Pero en tanto creatura que vivió en un tiempo y en un espacio concreto, la Virgen ha tenido una vida terrena ejemplar, jalonada de misterios, de milagros y de gracia. Todo lo que ella hace durante esa vida terrena, y todo lo que Dios hace con ella, la convierten en un ejemplo y en una guía para nuestros hogares.
Contemplemos en primer lugar su nacimiento, en una casa que parecía condenada a la infecundidad. Y valoraremos la misión de los cónyuges, abiertos a la transmisión de la vida. Veinte años, según la tradición, aguardaban descendencia los padres de la Virgen. Y cuando toda espera parecía inútil, Dios premia tanta longanimidad y perseverancia con una niña inmaculada. Su nacimiento “anunció un gran gozo a todo el mundo”, dijo San Ildefonso, y se cumplieron con él aquellas palabras del Salmista que promete la alegría a los cielos y el contento a la tierra. Frente a este nacimiento singular se impone un doble sentimiento y un obsequio. El doble sentimiento es de alegría y de gratitud. El obsequio ha de ser examinar nuestra conciencia, acercarnos más a la gracia y acercar a nuestros familiares y parientes. La festividad del Nacimiento de la Virgen no debería pasar inadvertida en la vida de las familias y de las patrias que se consideran sus hijos.
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